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Redescubrir las capacidades de la vejez

Lunes, 05 de Abril de 2010
Envejecimiento y vejez

Cena-Coloquio 172, Barcelona (España), noviembre 2005

Por Julio Pérez Díaz, Investigador en el Centro de Estudios Demográficos.
Cuando se habla de envejecimiento en términos demográficos, hay que tener en cuenta que una cosa es el envejecimiento de las personas y otra, el envejecimiento de la población, que es una cosa que afecta a todas las edades.

Hago esta aclaración previa por dos motivos. Por un lado, porque parece que cuando se habla de estadísticas, éstas sean algo muy objetivo, pero no es necesariamente así, porque los datos se pueden interpretar de muchas formas. Por otro lado, creo que en el tema del envejecimiento demográfico hay malentendidos evidentes; por ejemplo, la misma denominación de envejecimiento referida a las poblaciones es una trampa, porque las poblaciones no envejecen; quienes envejecen son las personas.

Cuando, durante las primeras décadas del siglo XX, se denominó a este fenómeno con el nombre de envejecimiento demográfico, se hizo con muy mala intención. El envejecimiento se veía como un desastre y como un síntoma de la decadencia de Occidente. Sin ir más lejos, Joan Antoni Bandellós, director de Servicios Estadísticos de la Generalitat de Catalunya, en tiempos de la República, en 1935, publicó un libro que se titulaba Cataluña, pueblo decadente.

Todo el mundo interpretaba que se estaba entrando en una caída similar a la del Imperio romano, entre otras razones por culpa del envejecimiento demográfico. Aún hoy arrastramos este «caballo de troya», que hemos heredado, y continúa siendo difícil dejar de ver el envejecimiento de las poblaciones como una cosa negativa.

Desde mi punto de vista, el envejecimiento demográfico no sólo no es una desgracia ni es nada malo, sino todo lo contrario. El envejecimiento demográfico es un cambio en la estructura por edades, en la forma como están repartidos los individuos que componen una población. Este cambio es fácil de entender, si vemos la proporción de población de personas mayores. A principios de siglo, las personas mayores eran el 4% o el 5% de la población y la gente joven constituía casi una tercera parte. Actualmente, hemos pasado a tener más personas mayores que jóvenes: entre el 18% y el 19% de la población, hoy, tiene más de 65 años.

Esto es el resultado no sólo del hecho de que vivimos más, sino de que se tienen menos hijos. Y estas dos características no están separadas. No tenemos tantos hijos como antes, entre otras cosas, porque vivimos más. Dicho de otra forma, hace un siglo la esperanza de vida en España era de 34 años; con la mortalidad de aquella época, la mitad de los nacidos no llegaban a los 15 años.

Ésta ha sido la historia de la humanidad durante mucho tiempo: unos doscientos por mil de los nacimientos no llegaban a cumplir un año y cinco de cada diez personas que nacían no llegaban a la edad de reproducirse. Ante esta situación, presente durante toda la historia de la humanidad hasta hoy, se debían tener muchos hijos para que el ser humano no se extinguiera.

Se habla de la baja fecundidad actual como si fuera una desgracia y como si una fecundidad como la que había a principios de siglo –cinco niños por mujer– fuera una garantía de reproducción exuberante. Y no es así. El crecimiento era casi nulo, a causa de la alta mortalidad, a pesar de que las mujeres tuvieran de media cinco hijos.

La revolución que hemos experimentado –que es muy reciente– ha conducido a que, de repente, la mayor parte de las personas que nacen lleguen a edad de casarse, de trabajar y de tener hijos. Por primera vez en la historia, la mayor parte de los que nacen no mueren antes de ser personas maduras. Pero, además, incluso hoy en día una parte importante de las personas que nacen están llegando a ser personas mayores.

El hecho de ser viejo se ha democratizado. Llegar a ser un viejo es una realidad que antes estaba al alcance de muy poca gente. Éste es el cambio que se ha producido y que ha provocado que hoy no sea necesario tener tantos hijos como antes, porque los que nacen llegan a ser adultos, a tener hijos e, incluso, a ser mayores.

En el mundo entero –porque éste es un fenómeno universal–, y también en España, a pesar de que la fecundidad no ha parado de bajar en todo el siglo, la población ha crecido más en el siglo XX de lo que había crecido en toda su historia anterior.

Por lo tanto, cuando hablamos de envejecimiento demográfico, debemos tener en cuenta que es el resultado de alguno muy positivo. Esta democratización de la supervivencia hace que todo aquel que ha nacido contribuya después a reproducir la población, con lo cual se reparte mucho más el trabajo. Es fuerza positiva porque aligera el trabajo reproductivo que ha estado ocupando a la mitad de la humanidad: las mujeres, que de forma prioritaria durante toda nuestra historia se han dedicado a reproducir y cuidar a los niños.

De repente nos encontramos con este cambio, tan reciente que no está en los libros de historia sino en la memoria de muchas personas que aún viven. Podemos preguntar a las personas sobre cómo nacían los hijos en casa, sin asistencia médica, y sobre cómo se vivía en un mundo rural, agrario y no urbanizado.

En nuestro país, que es un país de cambios rapidísimos, tenemos una «arqueología» de generaciones muy diversa que nos permite estudiar en vivo cómo ha cambiado la vida. Esto y cómo están llegando nuevas generaciones a las edades maduras son hechos revolucionarios. Y lo son por las propias características de la gente, porque no envejecemos como decide la administración a partir de sistemas de pensión de bienestar: envejecemos tal como ha sido nuestra vida siempre y esto es difícilmente controlable a partir de actividades puntuales.

La forma de envejecer en nuestra sociedad ha cambiado radicalmente. Hoy tenemos generaciones de personas mayores, muy mayores, de más de 90 años, que son personas con una trayectoria vital muy dura y muy maltratadas por la historia.

Ahora empezamos a tener gente de más de 65 años, que son personas muy peculiares: una generación que prácticamente no ha sufrido la guerra ni un gran desastre, ni una gran epidemia; han tenido una vida normal, llegan a esta edad después de trabajar durante muchos años –porque han empezado a trabajar muy jóvenes– y con una familia nuclear no muy grande. Éste es el estado del bienestar que aún está emergiendo. Nuestros abuelos de 65 años están ejerciendo de estado de bienestar; están cuidando los niños y las personas mayores con discapacidad.

Nos encontramos con una coyuntura social nueva con estructuras por edades diferentes y con unas posibilidades y una versatilidad nuevas, que van muy por delante de lo que nosotros somos conscientes.

Seguimos hablando de las personas mayores dependientes, pero en España los ancianos que viven en una residencia no llegan al 5%. La inmensa mayoría de las personas mayores están viviendo en su casa y no están haciendo viajes del Imserso ni están dejando pasar el tiempo. Incluso los sociólogos empiezan a hablar del síndrome de la abuela estresada, que tiene mucho trabajo.

Por lo tanto, el envejecimiento demográfico, lejos de ser un problema o un desastre, tiene cosas muy positivas. Hay que intentar desmontar el principal motivo de alarma que envuelve el envejecimiento demográfico: aquello de la sostenibilidad del sistema de pensiones y, en general, del estado del bienestar.

Hemos pasado una época de ofensiva ideológica muy fuerte contra el estado del bienestar. De hecho, a finales de la década de los noventa se predecía que en el 2002 la seguridad social quebraría, pero resulta que en el 2002 la seguridad social tuvo el superávit más grande de su historia. Nos asustamos mucho con este tema. Pero la verdad es que la salud de nuestro sistema de pensiones es mucho mejor de lo que se pensaba y nadie estaba viendo que empezamos a tener una vejez sumamente conveniente para la sociedad y para las familias.

Creo que este hecho es bueno incluso económicamente. Nadie habla de cómo el envejecimiento demográfico ha diversificado los perfiles de consumidores: en los años setenta, el perfil del consumidor era el de una persona joven, hacia la que se dirigía toda la información. Hoy los perfiles de consumidores se diversifican y esto está bien, porque cuando el perfil de consumo de un país es muy limitado, hay una vulnerabilidad económica mucho mayor.

Para los niños es muy conveniente tener abuelos; hoy incluso muchos tienen bisabuelos –estamos a punto de llegar al 50% de niños que vienen al mundo con bisabuelos. Es positivo porque se establece una continuidad de patrimonio, que aporta seguridad a los que vienen al mundo, pero también porque se da continuidad a la memoria histórica y a nuestra cultura. Esto consolida la sociedad.

Las personas mayores no están haciendo una sociedad envejecida. Al contrario, las personas mayores nos están haciendo jóvenes a todos. Hoy una persona de 50 años que tiene a sus padres seguro que se siente joven. Es difícil evaluar cuánto aportan económicamente estas consecuencias.

Quizás lo que llamamos envejecimiento demográfico se tendría que llamar rejuvenecimiento demográfico. Tendríamos que agradecer a estas personas que llegan a edades avanzadas y muy avanzadas el hecho de haber abierto camino. Creo que con los cambios demográficos del siglo pasado hemos salido ganando.

Fuente: http://www.ambitmariacorral.org/castella/?q=node/166
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