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¿Feminización en la vejez?

Martes, 29 de Julio de 2014
Envejecimiento y vejez

Silvio Aristizábal Giraldo

Que el envejecimiento y la vejez tienen rostro de mujer es algo que nos han mostrado quienes se ocupan de la transición demográfica actual. Aunque a nivel mundial nacen cerca de 105 niños por cada 100 niñas, hacia la tercera o cuarta década de vida el número de mujeres sobrepasa al de los hombres. Datos de Naciones Unidas indican que en la población mundial mayor de 60 años, había para el año 2000, por cada 100 hombres 190 mujeres. Más aún: la diferencia se acentúa a medida que la edad avanza, como se observa a continuación:

80 años:       Hombres: 100   Mujeres: 180
90 años:       Hombres: 100   Mujeres: 287
100 y más:   Hombres: 100   Mujeres: 386

Esta ventaja comparativa, sin embargo, no parece, en la práctica, favorecer a las mujeres. Por el contrario, deja ver con mayor intensidad las consecuencias de la discriminación a la que estas han sido sometidas en todas las sociedades. Género, vejez y pobreza conforman así una tríada cuyas raíces se remontan a las edades tempranas, pero adquiere en la vejez características dramáticas. Las desventajas sociales, especialmente en los países de la periferia, son más acentuadas en la vejez femenina: discapacidad y limitaciones funcionales; falta de acceso a la seguridad social como consecuencia de haber tenido durante casi toda la vida trabajos informales; problemas de salud; exclusión como efecto del bajo nivel de escolaridad, el analfabetismo y la falta de educación; en general, mayor vulnerabilidad que los hombres.

Hay otro aspecto de la transición demográfica que ha llevado a algunos investigadores a referirse a la feminización de la vejez en un sentido diferente al que se presenta en el diagnóstico anterior. Se trata, para decirlo en pocas palabras, de que los hombres de 60 años y más estarían adoptando comportamientos calificados tradicionalmente como femeninos. Esto, a diferencia de lo que se observa en las mujeres jóvenes, quienes –se afirma- asumen, cada vez más, comportamientos masculinos.

¿Cuál es el modelo de sociedad que subyace a esta visión sobre el envejecimiento en los hombres? Una clara distinción del rol que a cada sujeto le correspondía desempeñar en la sociedad, según fuera hombre o mujer. Roles que –se suponía- eran producto de una ley natural, inmutable, establecida de una vez y para siempre.

El varón, tanto en las sociedades antiguas como en la naciente sociedad industrial, era el proveedor de bienes y servicios, el responsable de garantizar los medios económicos para la sobrevivencia de la familia. Su lugar era lo público, el afuera, la calle, la plaza, el ágora de los antiguos griegos.

El espacio de la mujer, en cambio, estaba ligado fundamentalmente a la reproducción biológica y social, a la crianza y educación de los hijos. Su mundo era la casa, el hogar, lo privado, el adentro. El cumplimiento de estos parámetros definía la feminidad.

Con el avance de la industrialización y la urbanización la mujer fue ingresando al “lugar de los hombres”, básicamente a través de su inserción en el mundo laboral. Como resultado de esta situación las nuevas generaciones de hombres se han visto obligados a asumir tareas consideradas, antes, como propias de las mujeres: cocinar, lavar, limpiar la casa, cambiar los pañales a sus hijos, llevarlos a la guardería o al jardín. Lo curioso es que a nadie se le ha ocurrido decir que estos hombres se están feminizando, quizás porque en muchas ocasiones siguen conservando el papel de proveedores del hogar. De acuerdo con los estudiosos del tema del envejecimiento la tendencia a desempeñar labores que antes correspondían a la mujer, se intensifica en los mayores de 60 años. En este sentido se habla de feminización de la vejez.

En un artículo breve no es posible analizar las características de este proceso. Basta señalar que la irrupción en el escenario mundial de una gran cantidad de personas de 60 años y más, como efecto de la transición demográfica, está mostrando que son posibles otras formas de ser hombre y de ser mujer. Si los roles asignados a cada género son construcciones que responden a contextos históricos y culturales determinados, quienes hoy envejecen (viven), tienen la posibilidad de construirse como sujetos diferentes, desnaturalizando lo que antes parecía natural.

En esta perspectiva, los varones asumirán comportamientos atribuidos “por naturaleza” a las mujeres. Este proceso, según el sociólogo español Julio Pérez Díaz, será ventajoso para ellos en razón de que el modelo femenino “es el que se muestra mejor adaptado” en la vejez. Las mujeres viejas, sostiene el citado autor, “merecen más admiración que conmiseración… son ellas las que proporcionan asistencia en vez de recibirla” y “su manera de enfrentar la madurez y la vejez les proporciona ventajas frente a los hombres”.

El envejecimiento y la vejez tienen rostro de mujer porque es mayor el número de mujeres viejas que el de los hombres, por los problemas sociales que las aquejan y que requieren soluciones integrales. Igualmente, el envejecimiento y la vejez tienen rostro de mujer por la experiencia que las mujeres han acumulado en sus años de vida y la capacidad desarrollada para hacer frente a las diversas situaciones. Hay aquí un campo de estudio, en su mayoría inexplorado aún por los investigadores.

Fundación Cepsiger para el Desarrollo Humano – 26/7/2014.
http://fundacioncepsiger.org/nuevosite/