Informaciones

Editorial Nº 92 de Septiembre de 2007

Domingo, 02 de Septiembre de 2007
Editoriales RLG

El impacto de las palabras en las formas de actuar frente al envejecimiento y la vejez

El envejecimiento de la población, considerado como una de las características definitorias del presente siglo XXI, constituye un logro humano social, cultural y científico. Significa que la esperanza promedio de vida de la población ha aumentado. Es decir, que se han superado y se siguen superando condiciones de vida que llevaban a muertes prematuras por causas que hoy son en alto grado prevenibles y controlables.

Significa además que cada vez las personas pueden vivir más tiempo en mejores condiciones de vida, teniendo en cuenta que la vida como envejecimiento permanente que es, depende no sólo de factores genéticos y biológicos, sino que en buena parte es una construcción social, cultural e individual. Esto quiere decir que en nuestro vivir-envejecer,  la influencia del contexto y de la historia, así como de los estilos de vida individuales juega un papel preponderante. Quiere decir igualmente que las formas de vivir-envejecer cambian constantemente, teniendo en cuenta que los entornos físicos y sociales en los cuales vivimos son cada vez más rápidamente cambiantes. En otras palabras, significa que las generaciones viejas de hoy no se parecen a las de ayer, y que las generaciones viejas del futuro, por ejemplo las del 2050 (las cuales, dicho sea de paso, ya nacieron y están entre nosotros), tampoco se parecerán a las actuales.

Por otra parte, a medida que envejecemos vamos siendo cada vez más distintos entre sí. De modo que las personas viejas o las que más han vivido constituyen la población más heterogénea que existe.

Paradójicamente y frente a las implicaciones de esta dinámica poblacional e individual, parece que nuestros conocimientos acerca del envejecimiento y la vejez continúan siendo precarios. El panorama sigue estando dominado por creencias y opiniones basadas en estereotipos que reflejan una visión del envejecimiento relacionada con un destino inevitablemente negativo, asociado más con deficiencias que con vida que prosigue. Además, las creencias, representaciones e imágenes de la vejez y de las personas viejas, parecen ancladas en un pasado supuestamente homogéneo, incambiable, deficitario.

Si vivimos envejeciendo y si el envejecimiento demográfico es una realidad inatajable que, además, representa un desafío para la humanidad; si, a menos que muramos antes, llegaremos a vivir la vejez, en el caso de que ya no la estemos viviendo, entonces ¿cómo podemos asumir nuestras vidas, nuestro propio envejecimiento y nuestra vejez, con optimismo y auto-eficacia, si las opiniones y creencias que al respecto tenemos son predominantemente deficitarias, negativas, imposibilitantes?...

Evidentemente, el lenguaje con el cual la sociedad se refiere, con frecuencia, al envejecimiento, así como a las personas viejas, conlleva una carga de visiones estereotipadas acerca de la vejez, las cuales se expresan en formas que refuerzan imágenes deficitarias, pautas devaluadoras  del ser humano como envejeciente, y de las personas viejas como tales.  Los diminutivos "abuelitos", "ancianitos", "viejitos"… llevan implícita la fuerza de un paternalismo que cosifica y con sutileza facilita manipular a las personas a quienes alude, despojarlas de sus derechos y de su condición de personas adultas...  olvidando, al parecer, que las personas viejas son igualmente adultas.

Del mismo modo, expresiones tales como "nuestros adultos mayores" poco parecen contribuir al reconocimiento de la autonomía de las personas adultas mayores, a su derecho a decidir por sí mismas, derecho que, como dijera una líder de la causa del envejecimiento "no tiene fecha de vencimiento".  Por su parte, las propias personas adultas mayores –queriendo distanciarse de la carga negativa impuesta sobre la vejez-, a veces se refieren a si mismas resaltando como atributo "tener un espíritu joven"; quedando así, entrampadas en la falsa lógica dominante que atribuye la capacidad de adaptación, de cambio, de dinamismo y empuje a la condición juvenil, como si de ella fuera patrimonio exclusivo y además, se diera por igual en mujeres y hombres jóvenes.

Una actitud consciente, de alerta, frente a las formas como se producen y re-producen los estereotipos y la exclusión de las personas adultas mayores, a través del lenguaje, puede permitirnos rescatar su valor como personas (capaces de pronunciarse), reconocer sus diferencias, sus posibilidades y visibilizar sus logros. Todo ello hará más fácil construir una sociedad con y para todas las edades, a la vez que permitirá la comprensión del envejecimiento como proceso consustancial a toda existencia humana. Permitirá, finalmente, reconocernos como envejecientes permanentes y valorar nuestra propia vejez presente o futura.

Ximena Romero – Coordinadora de la RLG

Christel Wasiek – Asesora de la RLG

3 de Septiembre de 2007.