El divorcio gris

Miércoles, 20 de Febrero de 2019

Canal: Envejecimiento y vejez

Ricardo Iacub 

La Dirección General de Estadística y Censos del Gobierno de la Ciudad ha presentado recientemente un informe de resultados en el que señala que en el 2017 hubo un aumento de divorcios del 41% respecto del 2016, el cual solo se compara con la aparición de la Ley de divorcio en los años 80. Muchos explican este fenómeno por la puesta en vigencia del Nuevo Código Civil y Comercial que abrevió los tiempos y disminuyó las complicaciones, por lo que fue apodado “divorcio exprés”.

Uno de los datos más curiosos es que no son los más jóvenes los que, como señala cierto sentido común, “no aguantan nada y se separan ante cualquier inconveniente”, sino que, se divorciaron con mayor frecuencia los matrimonios de más de 9 años que los de menos de 5. Siendo las personas de mediana edad, 48 años en varones y 46 en mujeres, los que se ubican en el promedio en la tendencia al divorcio.

El Informe agrega un dato particularmente llamativo: el incremento de los divorcios de 20 años y más de duración supera ampliamente el promedio (68,6 % frente al 41,3 %), en consonancia con el incremento de los grupos de 50 años y más, incluyendo también a los adultos mayores.

Este aumento en las edades entre quienes se divorcian no podría ser explicable por los cambios en el Código Civil y resulta por demás importante reconocer que no solo sucede en esta ciudad, sino que la misma tendencia se registra a nivel internacional.

En Francia, en diez años (2006- 2016), el número de personas mayores (65 y +) que se ha separado aumentó al doble y en EEUU, si se compara entre el año 1980 y el 2008, el reporte de divorcios en personas mayores se duplicó en los varones y triplicó en las mujeres.

La magnitud de este cambio nos lleva a conjeturar nuevas hipótesis explicativas. Entre las razones más importantes que se destacan se asocian a vidas cada vez más largas y en las que las elecciones individuales de esta etapa toman mayor primacía por sobre los mandatos sociales, como la familia o el trabajo.

Esta generación de adultos mayores ha vivido tempranamente la experiencia de la separación o del divorcio, así como la posibilidad de recomponer nuevas parejas, a diferencia de sus padres o abuelos para quienes esta posibilidad era inusual, y mucho menos a medida que iban envejeciendo.

Esta misma tendencia a la autonomía se refleja en una diversidad de arreglos de convivencia e incluye el armado de parejas “cama afuera”. Las personas mayores, y en particular las mujeres, al recomponer sus parejas de grandes, no quieren perder las libertades que alcanzaron viviendo solas y en donde volver a cohabitar implicaría un riesgo, al que señalan como “no volver a lavar calzoncillos”.

Si consideramos el divorcio desde el punto de vista de la mujer, se han producido cambios de gran envergadura. Por un lado al haber desarrollado u obtenido una vida económicamente independiente, y por el otro, cambios culturales impulsados por el feminismo, brindaron una posibilidad de autonomía impensable en otros momentos históricos.

Desde el ya no ver el matrimonio como una institución para toda la vida, que era esencialmente determinante para la mujer, hasta la ida de los hijos, que puede conducir a la satisfacción de haber cumplido con las expectativas sociales tradicionales y encontrarse liberadas para hacer o ser quienes desean.

Existen una serie de desafíos que pueden poner en tensión a la pareja en este momento vital. El síndrome del nido vacío o la jubilación pueden ser una etapa de reajustes donde aquellos objetivos comunes que pudieron darle sentido a una etapa de la vida, pueden dejar de tenerlo. Pero también las confrontaciones y readecuaciones que supone pasar de una convivencia mediatizada por los tiempos de trabajo o por la compañía de los hijos, a encontrarse de una manera diferente. A veces la falta de comunicación en la pareja fue tapada por los hijos y su ida lo pone en evidencia; en otras, el trabajo genera menos oportunidades para el conflicto, más espacios de intimidad personal, así como momentos de encuentro más breves.

Los cambios a nivel de la salud también suelen resultar complejos para la pareja mayor, ya que pueden modificar las formas de relación preestablecidas e incluso dar lugar a intromisiones de hijos, ya adultos, en la vida cotidiana. Situaciones que pueden derivar en formas de separación, a veces de maneras efectivas, y otras sin dejar de vivir conjuntamente, ya sea por necesidades físicas y económicas, pero evitando contactos sexuales o afectivos.

Las separaciones en esta etapa tiene resultados paradójicos ya que conllevan logros tales como poder llevar adelante una vida sin los obstáculos que puede generar la disconformidad con una pareja, pero también puede aumentar el riesgo de la soledad e incluso de una mayor carencia económica.

Sin embargo, las investigaciones muestran una tendencia en las personas mayores a no querer ser parte de matrimonios que son una “cáscara vacía”, ni vivir infelizmente con quien ya no se quiere, como sí lo hicieron muchas veces sus padres.

Participamos de un nuevo relato de vida donde curiosamente envejecer deja de ser visto como un tiempo de retiros y dependencias, sino como momento de búsqueda de autonomía, y donde el apremio del tiempo, no es un límite, sino un llamado a la elección y el deseo.

Ricardo Iacub es Doctor en Psicología, especialista en Tercera Edad (UBA).

Fuente: Clarín - 31/01/2019.
https://www.clarin.com/opinion/divorcio-gris_0_dr3glf3du.html