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El bien de los ancianos

Viernes, 11 de Julio de 2008
Envejecimiento y vejez

EL BIEN DE LOS ANCIANOS
 
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j. Buenos Aires
 

Es muy consoladora la frase que enmarca los puntos del Documento de Aparecida en referencia a los Ancianos o Adultos Mayores: la vejez es un bien y no una desgracia. Hoy se ha extendido la imagen de una ancianidad decrépita y deplorable. Los medios de comunicación masivos no gastan una hoja o una imagen a favor de una vejez plena y cargada de sentido. Al contrario, se hace mofa de la ancianidad, se desprecia el ser viejo, se hace un culto de la juventud eterna. Las leyes de muchos de nuestros países de América Latina y el Caribe con respecto a los Adultos Mayores son, en la mayoría de los casos, una buena declaración de principios pero, en la práctica, lo que se ve es una exclusión sistemática de los ancianos del conjunto de la vida civil. Los argumentos neoliberales de esta exclusión se basan en la carga económica que implica una mayor población con expectativa de edad avanzada y el incremento de gastos y aplicación de nuevas terapias en el cuidado de la salud de nuestros mayores. Los sistemas de reparto jubilatorio cometen, en muchos de nuestros países, una verdadera injusticia entre los aportes recibidos y la magra jubilación que perciben la mayoría de nuestros ancianos. Lamentablemente la sociedad no se hace eco de esta situación de exclusión social que viven nuestros ancianos. Los geriátricos y hogares son cada vez más numerosos, el hacinamiento y abandono, como el descuido por su salud, hacen de estos lugares verdaderos "depósitos de viejos". Si bien la eutanasia no está permitida en muchos países, con estas actitudes de exclusión y abandono, se realiza de una manera encubierta.

Frente a este panorama la Iglesia intenta ser "voz de los que no tienen voz".

Ya Puebla había hecho referencia a la situación de los ancianos en América Latina, mostrándonos sus rostros de pobreza y marginación: "Rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso que prescinde de las personas que no producen" (39). También nos habla del "total abandono" que sufren los ancianos en un mundo que genera cada vez más "desubicados" del sistema socio-económico (1266). Hoy los ancianos son no sólo excluidos sino "sobrantes" en una sociedad que solamente acepta y festeja a quienes tienen el poder, la riqueza, la belleza física y la fastuosidad de la fama.

La Iglesia propone caminos de salvación y se hace cargo de los "sobrantes" de esta sociedad. Así lo hizo Jesús y así queremos hacerlo nosotros, discípulos misioneros. Queremos mostrar a la sociedad, en un diálogo abierto pero que incluya la justicia y la verdad, que nuestros mayores son dignos de respeto y no de lástima, somos nosotros deudores de ellos y les debemos veneración y no sólo consideración. El Documento de Aparecida se hace eco de esta situación y propone cuatro puntos de consideración sobre nuestros abuelos y ancianos:

1) El encuentro intergeneracional (447).
2) Respeto y gratitud por los ancianos (448).
3) Reconocimiento de sus fatigas (449).

4) Atención humana y espiritual de los ancianos (450).

Esta descripción está planteada de un modo positivo, los ancianos son un bien para la sociedad, para la familia y para la Iglesia.

 

El diálogo intergeneracional.

447. El acontecimiento de la presentación en el Templo (cl Lc 2, 41-50) nos pone ante encuentro de generaciones: los niños y los ancianos. El niño que se asoma a la vida, asumiendo y cumpliendo la Ley, y los ancianos, que la festejan con el gozo del Espíritu Santo. Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de sus vidas.

La imagen tan bella y cargada de signos de la presentación del Niño en el Templo, hace referencia a un encuentro, a un diálogo entre los ancianos y los niños. La bendición y la alabanza de los viejos Simeón y Ana se mezcla con la inocencia del Niño y la expectativa de sus padres. En este acontecimiento son precisamente María y José quienes hacen de nexo o puente para el encuentro de las generaciones. Esta imagen es provocativa; lamentablemente en muchas familias se ridiculiza la palabra de los abuelos, como fuera del tiempo, perdidos en la historia, etc .. Pero también es cierto que en tantas familias de América Latina y el Caribe, son los abuelos quienes se hacen cargo de la educación de sus nietos, transmitiéndoles la fe, los valores y saberes que muy difícilmente se ofrecen en otros ámbitos de la cultura y de la educación. Aquí es donde el testimonio y la sabiduría de nuestros mayores se convierte en la mayor riqueza de nuestros pueblos: ellos son depositarios de la memoria colectiva y saben traspasar esa memoria a las generaciones jóvenes y, si bien muchas veces no son escuchados por ser reiterativos, a la larga terminamos diciendo: "como decía mi abuela ... ". Si no atendemos a nuestros ancianos en sus relatos y vivencias, si no damos lugar a que aflore su sabiduría de toda una vida, hipotecamos el futuro, ya que una sociedad sana no puede construirse sino con tres pilares: la memoria de nuestros mayores, la fortaleza de los jóvenes y la inocencia de los niños.

Respeto y gratitud por los ancianos

448. El respeto y gratitud de los ancianos debe ser testimoniado en primer lugar por su propia familia. La Palabra de Dios nos interpela de muchas maneras a respetar y valorar a nuestros mayores y ancianos. Incluso nos invita a aprender de ellos con gratitud, y a acompañarlos en su soledad y fragilidad. La frase de Jesús:

"A los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran" (Mc 14, 7), bien puede entenderse de ellos, porque forman parte de cada familia, pueblo y nación. Sin embargo, a menudo, son olvidados o descuidados por la sociedad y hasta por sus propios familiares.  

Respeto y gratitud son actitudes virtuosas, fundamentales para construir una sociedad más justa y fraterna. Las faltas de respeto son faltas de amor, son egoísmo. La gratitud es propia de corazones humildes que saben reconocer que el bien que poseemos es un don recibido. ¡Cuánto debemos a nuestros mayores y ancianos! La familia es el único espacio de la sociedad donde pueden conservarse los valores fundamentales que darán vida a las nuevas generaciones. ¡Cuántos ejemplos de ternura y calidez brindan nuestros abuelos! Una mirada acogedora, una comida especial, una foto, anécdotas de otros tiempos, una oración segura y eficaz, son muchos los gestos y acciones que saben dar los abuelos a sus nietos. Por ello la Biblia nos dice: "Te levantarás delante del anciano, y serás respetuoso con las personas de edad. Así temerás a tu Dios. Yo soy el Señor" (Lev. 19, 32). Precisamente con el respeto y la gratitud queremos "ponemos de pie" delante de nuestros mayores y hacerles sentir que son importantes a los ojos de Dios, que todavía son útiles a la familia y a la sociedad.

Reconocimiento de sus fatigas

449. Muchos de nuestros mayores han gastado su vida por el bien de su familia y de la comunidad, desde su lugar y vocación. Muchos son verdaderos discípulos misioneros de Jesús por su testimonio y sus obras. Merecen ser reconocidos como hijos e hijas de Dios, llamados a compartir la plenitud del amor, y a ser queridos, en particular, por la cruz de sus dolencias, la capacidad disminuida o la soledad. La familia no debe mirar sólo las dificultades que trae el convivir con ellos o el atenderlos. La sociedad no puede considerarlos como un peso o una carga. Es lamentable que en algunos países no haya políticas sociales que se ocupen suficientemente de los mayores ya jubilados, pensionados, enfermos o abandonados. Por tanto, exhortamos a elaborar diseños de políticas sociales justas y solidarias que atiendan estas necesidades.

Continúa el Documento de Aparecida describiendo el rol importante de la familia en el acompañamiento de nuestros mayores y ancianos. La familia es el ámbito donde los mayores se encuentran acogidos y contenidos. La Iglesia también celebra este don que los mayores regalan a tantas comunidades parroquiales. Hoy son ellos nuestros principales y mayoritarios fieles que concurren a las celebraciones litúrgicas, dedican gran parte de su tiempo en la atención a los pobres, visitan hospitales y geriátricos, son misioneras y misioneros en vastas zonas de nuestro continente. La oración de ellos sostiene a la Iglesia, los consejos de nuestros mayores han salvado a más de una vocación sacerdotal y religiosa. En fin, junto con sus dolencias físicas y espirituales, ellos nos dan ejemplo de fortaleza y celo apostólico. Ejemplo de todo esto ha sido el testimonio de nuestro querido Juan Pablo TI. Si bien en la Iglesia los Adultos Mayores tienen un lugar, no es tan así en el conjunto de la sociedad civil; de allí la importancia de alentar políticas solidarias y justas que integren a nuestros mayores y no queden reducidos sólo a ser destinatarios de alguna dádiva demagógica. Se trata de construir un espacio común con todos los miembros de la sociedad y no sólo la construcción de "reductos" para que nuestros viejos no molesten.

Atención humana y espiritual de los ancianos

450. La Iglesia se siente comprometida a procurar la atención humana integral de todas las personas mayores, también ayudándoles a vivir el seguimiento de Cristo en su actual condición, e incorporándolos lo más posible a la misión evangelizadora. Por ello, mientras agradece el trabajo que ya vienen realizando religiosas, religiosos y voluntarios, quiere renovar sus estructuras pastorales, y preparar aún más agentes, afin de ampliar este valioso servicio de amor.

 
             El documento de Aparecida concluye en este apartado, con un compromiso en la atención humana y espiritual de los ancianos, haciéndo10s sentir partícipes de la misión de Cristo en la salvación de la humanidad. De hecho se viene dando en muchas diócesis de América Latina y el Caribe, y en numerosas congregaciones religiosas, una especial atención pastoral a los Adultos Mayores, ya sea en la organización de grupos parroquia1es que atienden de una manera integral las necesidades y búsquedas de nuestros ancianos, como en los distintos movimientos eclesia1es los cuales cuentan con un cierto número de personas de edad. Para concluir, quisiera hacer referencia al encuentro que tuvo Jesús con Nicodemo (Jn. 3, 1-21), allí el Maestro invita al fariseo a "nacer de nuevo". Sólo naciendo del Agua y del Espíritu alcanzamos la plenitud como discípulos misioneros. Renacer a una nueva vida, colmada de sentido y esperanza, es un don que el Señor ofrece a todos, pero en este caso particular, a un anciano. La necesidad de compañía, una mirada trascendente que mitigue la angustia que produce la cercanía de la muerte, el sentirse útil, orar y ofrecer los achaques, son algunos de los signos de este "renacer de lo alto" que ofrece el Señor a nuestros mayores y ancianos.

Nuestra Madre la Virgen supo envejecer a lado de la Iglesia naciente, siendo ejemplo de entrega a la voluntad de Dios. Que Ella acompañe a nuestros mayores. Que Ella nos muestre la fidelidad al Señor en todas las edades de la vida, y que Ella nos acompañe y proteja en el camino de la vida, desde la niñez hasta la ancianidad.

Buenos Aires, 2 de febrero de 2008. Fiesta de la Presentación del Señor.

Cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j.