ClarÃn.com
19.11.2007.
Por: Ricardo  Iacub
  Psicólogo, Especialista en Mediana Edad y Vejez
La actriz Jane Fonda, a  los 69 años, quiere hacer una pelÃcula que trate sobre el erotismo en la  madurez, "una pelÃcula sexy y sensual sobre mujeres maduras", tal  como lo expresó recientemente en Die Zeit.
La  cuestión podrÃa pensarse desde la banalidad de un deseo personal o la demanda  de una actriz de seguir siendo parte de un mundo que la condena justamente por  tener cierta edad.
Lo  curioso, y quizás lo interesante también, es que Jane Fonda parte de la  búsqueda de una erótica de la madurez, cuestión que no suele ser  planteada por los Ãconos hollywoodenses, ni de otras latitudes, y menos aún  tratándose de mujeres.
Lamentablemente,  por fuera de las posiciones asumidas por los gerontólogos, no se ha llegado a  consolidar una mirada crÃtica seria que ponga en términos polÃticos una buena  parte de las lecturas deficitarias sobre el envejecimiento. Esta ausencia  difiere de la construcción ideológica que realizaron las mujeres u otros grupos  discriminados, quienes fueron logrando una conciencia polÃtica acerca de los  supuestos déficits que se les atribuÃan frente al modelo masculino hegemónico.
La  cuestión erótica representa de una manera particularmente notoria la posición  de una sociedad que, más allá de denunciarlo, no cuestiona seriamente la  "ilusión del deseo" que se promueve y que alimenta modelos  estéticos estereotipados y estrechos de juventud, de una manera similar a  los modelos de delgadez o cualquier otro objeto que parezca simular la esencia  del deseo.
La  erótica de la madurez no es un tema simple para Occidente. Por el contrario,  desde sus raÃces grecolatinas hallamos un profundo menoscabo y negación, lo  cual llevó a coartar los intentos de erotismo de los mayores. Se los limitaba  por tener un cuerpo que parecÃa contradecir la estética mÃnima necesaria para  dicho deseo, sin tener en cuenta su interés sexual.
La  fealdad, la burla y la asociación con las brujas, la muerte y la enfermedad  terminaron por alejar cualquier referencia de erotismo del cuerpo de una  persona envejecida. A diferencia de otras culturas, donde la edad no aparecÃa  como una referencia cierta en relación a la capacidad de promover el deseo  e incluso donde el fin de la menopausia podÃa considerarse el momento del  goce femenino.
Los  debates posteriores, hoy poco vigentes aunque persistan como telones de fondo  de nuestro escenario social, siguieron conformando nuevas modalidades de  rechazo asociadas principalmente a la capacidad procreativa, es decir, de un sexo  utilitario, donde la no funcionalidad podrÃa ser vista como indecorosa,  pecaminosa o perversa.
Este modo  de disciplinar el deseo sexual, tanto de los mayores hacia los más  jóvenes como de estos últimos hacia los primeros, debemos tomarlo como un  elemento central al momento de poder debatir estas temáticas, ya que de lo  contrario el riesgo con este tema, y a diferencia de otras minorÃas sexuales,  es que parece alejarse de un debate moral y se torna en un criterio natural del  deseo humano.
En las  sociedades posmodernas, según Featherstone y Wernick (1995), "el modo de  gobierno del cuerpo se ha modificado: se lo regula con el objetivo de buscar  placer, se hace dieta con el fin de mejorar su visibilidad como si fuera un  sistema de simbolismo sexual. Si para la ideologÃa cristiana la dieta era el  gobierno de la carne destinado a denegar la sexualidad, la idea del cuerpo  bello ha cambiado esta práctica en la dirección opuesta, pues hoy ella apunta a  producir una fetichización de la sexualidad".
De esta  manera se libra una guerra contra el cuerpo que envejece, la cual toma  la forma de una mayor necesidad de manejo y de uso de terapias diversas frente  a los signos del envejecimiento, convirtiéndolo en un rÃgido objeto de  disciplina.
Dicha  fetichización sin embargo, toma una forma curiosa, permitiendo el deslizamiento  del fetiche a una pura forma visual, más allá de quien sea el que lo habite. Es  decir, una nueva promoción de sujetos que parecen jóvenes y que tienen la  edad para ser abuelos.
Aun más,  como una especie de curiosidad social de ver sujetos transetarisados, es decir, que cambian  las formas exteriores de la edad y de esta manera sostienen el fetiche del  deseo lo cual les permite un lugar erótico que no registra demasiados  antecedentes.
Otro  modelo surge en los grupos de mayores que admiten la posibilidad de seguir  siendo deseables, sin tanta disciplina corporal, aunque limitándose a sus propios  marcos en los que se reconstruyen deseos posibles, encuentros y hasta las muy  reconocidas elecciones de reinas de belleza.
Por todo  esto, una erótica de la madurez parece encontrarse aún en ciernes, entre una  sociedad que limita, inhibe y avergüenza al tiempo que nos dice que "a  cualquier edad es posible".
Jane  Fonda es algo más que un sÃmbolo del Hollywood clásico. PodrÃamos decir que es  una de las representantes más genuinas de los años 60, época de revolución en  las nociones de género, edad y erotismo. 
Por ello creo que su reivindicación es parte de los reclamos de una generación, que algunos sostienen que no quiere envejecer o más bien no quiere aceptar los controles sociales que se ejercen sobre la edad.
Por todo esto su posible futura pelÃcula resulta bienvenida para seguir promoviendo una erótica alternativa que permita que los deseos no tengan fecha de vencimiento.