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Los adultos mayores: Un reto para la sociedad

Martes, 17 de Febrero de 2004
Envejecimiento y vejez

(Publicado por la RLG el 29-5-2003). Ponencia presentada por el P. Jaime Humberto Henao Franco, Secretario Ejecutivo SEPAF-CELAM, en el I  Encuentro Latinoamericano de Pastoral De Adultos Mayores,  efectuado en Ciudad de Panamá entre los días 10 al 14 de Marzo del 2003

PRELIMINARES 1.- Preocupación por el envejecimiento de la sociedad El fenómeno del envejecimiento ha merecido la atención de las sociedades nacionales y de la comunidad mundial, principalmente en relación con las cuestiones sociales, económicas, políticas y científicas.  El Papa Juan Pablo II ha despertado una gran preocupación por los Adultos Mayores de todos los países que ha visitado.  Su preocupación pastoral por los Adultos Mayores, es una de las exigencias prioritarias de la nueva evangelización en el siglo XX.  Es un reto permanente para la Iglesia en el momento actual.  Lo afirmaba el Papa en la visita al Hogar de Adultos Mayores de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, el 13 de mayo de 1988: "Vengo, pues con los ojos de mi corazón abiertos a los rostros de los Adultos Mayores cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad, del progreso, que prescinde de las personas que no producen."

Y en otra parte del discurso: "Pertenecéis a una categoría social que, con frecuencia, no recibe la atención que merece. Por eso he querido venir hasta aquí para mostraros mi afecto y la preferente solicitud pastoral de la Iglesia".

En el siglo XX se han logrado progresos en la reducción de la mortalidad perinatal e infantil (disminución de la tasa de natalidad), en la alimentación, en la atención sanitaria básica y en el control de muchas enfermedades infecciosas. Esta combinación de factores ha dado como resultado un número y una proporción cada vez mayor de personas que llegan a etapas avanzadas de la vida.  Es cierto que nuestra sociedad ofrece cada día más "servicios técnicos" para ayudar a las personas en dificultad. Pero todos sabemos -dice Juan Pablo II- que aunque se lograra una organización perfecta de la asistencia, eso no es suficiente.  Porque por encima de todo, la persona humana, particularmente los Adultos Mayores, necesita cercanía y ayuda ofrecida con amor y comprensión.

Según los estudios demográficos de las Naciones Unidas, en el año 2000 el mundo contaba con 590 millones de personas de setenta o más años de edad y en el año 2025 serán 1100 millones, con un aumento del 224 por 100 en relación con las cifras de 1975.  Dicha población habitará tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo.

El aumento del número y proporción de personas de edad va acompañado de un cambio en la estructura de la población por edades, una reducción de la proporción de niños en la población aumenta la proporción de personas de edad.

2.- Aumento de la esperanza de vida La estructura demográfica es una variable importante en el proceso de planificación de los servicios que se deben prestar a los Adultos Mayores.  El proceso de envejecimiento de las sociedades postindustriales es un ejemplo: la mortalidad está descendiendo pero no sabemos cómo evoluciona la morbilidad.  Hay un número mayor de viejos; pero su estado de salud, y sus inquietudes son poco conocidas.

El porcentaje de Adultos Mayores de una población determinada es un buen indicador de su grado de desarrollo tecnológico.  Y un buen indicador del grado de civilización de aquella población es el nivel de servicios sanitarios y sociales que recibe esta parcela de la población.  Y tratándose de creyentes una buena atención y preocupación espiritual es el indicador del nivel pastoral y evangelizador de esa comunidad.

Algunos factores a tener en cuenta en relación con el Adulto Mayor:

-Es el colectivo que crece más rápidamente en la población.

-Utiliza con mucha frecuencia los servicios sanitarios.

-Tiene menos probabilidad de contar con grupos sociales "naturales" de apoyo.

-Es más vulnerable a diversos peligros físicos, psicológicos, económicos y sociales.

Los Adultos Mayores no es un grupo homogéneo, debido a su complejidad.  Ser catalogado como viejo no implica ninguna noción sobre el nivel de salud de la persona, únicamente puede significar, el derecho a una serie de ayudas (pensiones, asistencia sanitaria, etc.) o la limitación de algunos derechos (trabajo).  Hay muy poco acuerdo todavía sobre cuál es el proceso natural de envejecimiento y el efecto de las enfermedades que reviste una gran trascendencia y los primeros datos de los estudios hechos en Suecia sugieren que el empeoramiento de estado de salud con la edad ha sido sobre valorado en los estudios transversales.

A pesar de esto, debe tenerse en cuenta el aumento de la esperanza de vida al nacer y la incidencia en la relación de masculinidad, ya que según los estudios realizados, las mujeres constituirán una mayoría creciente de más edad.  Las diferencias de longevidad en los sexos pueden tener efecto sobre las condiciones de vida, los ingresos personales, la atención médica y los sistemas de apoyo.

I. APROXIMACIÓN ANTROPOLÓGICA A LA REALIDAD DEL ADULTO MAYOR EN LA PERSPECTIVA HUMANO Y SOCIAL

1. La Edad del Adulto Mayor: Una etapa vital.

El enfoque de la edad del adulto mayor como etapa vital se inserta en las teorías modernas y prácticas de la psicología del desarrollo humano, de la sociología de lo posible, del trabajo social integrador.

Esta etapa presenta también un contenido de gran interés cuando la observamos como un fenómeno humano que forma parte de marcos más amplios con los que se relaciona y en los que ocupa un status, tiene unos roles preestablecidos y presenta una problemática específica dentro de cada marco cultural concreto.  Realidades como sociedad, cultura, organización e instituciones son las que hacen de la ancianidad un fenómeno sociológicamente interesante.

Dentro de estos límites podríamos definir la edad del adulto mayor como una categoría que se interrelaciona con otras en función de peculiaridades propias de cada cultura y cuyos valores, usos y costumbres determinan sus status y caracterizan su papel social.

2. Adulto Mayor y Cultura.

El ethos que constituye el núcleo característico de valores que son fundamentales e irrenunciables para una cultura nos da en cada caso el status y, consecuentemente, el papel que a la vejez toca desempeñar en cada situación cultural.  Las diferencias de aprecio por la vejez como categoría social presentan variaciones muy considerables que pueden ir desde la inutilidad para una buena parte de las culturas aborígenes del norte de América hasta el máximo prestigio que representaba la Tercera Edad para otras subculturas de entre los propios pieles rojas o para los habitantes de grandes complejos culturales del Extremo Oriente.   En la cultura occidental parece que el Adulto Mayor tiende a ocupar un status intermedio cuyas características esenciales sean el respeto, el afecto y la protección, más influida por los valores cristianos y por el precepto explícito del cuarto mandamiento que por una clara conciencia de su utilidad intrínseca y objetiva.

Margarete Mead distingue tres culturas que ella tiene como planetarias y universales.  La cultura "postfigurativa", aquella en la que los niños son instruidos y educados casi exclusivamente por los "ancianos".  La cultura "configurativa" supone un momento, una época, unas circunstancias a lo largo de las cuales los jóvenes y adultos aprenden juntamente.  Y la cultura "prefigurativa" es aquella en la que nosotros estamos entrando a paso de gigante.  Esta cultura implica que los adultos jóvenes o menos jóvenes aprenden las experiencias y descubrimientos de sus hijos, verdaderos depositarios de un futuro imprevisible.

En las sociedades primitivas, la cultura es postfigurativa.  Se transmite de una generación a otra con algunas modificaciones, pero inconscientes.  Domina la voluntad de continuidad.  Los ancianos son los modelos para los otros miembros de la sociedad.  Su pasado representa el futuro de los descendientes.  En la cultura "postfigurativa" el Adulto Mayor representa al guía indispensable, el depositario del saber, el iniciado en los ritos, el testigo.  La norma era la adhesión y el respeto, una necesidad de identidad estaba en la base de toda acción emprendida.  La continuidad de los acontecimientos no era una puesta en duda.  Casi no imaginaban que el pasado conocido fuera diferente al futuro esperado.

Con la aparición de las grandes civilizaciones todo cambia.  La continuidad deja de ser un valor preponderante.  La transmisión postfigurativa de la cultura es destruida por la configuración.  Adultos y adolescentes ponen en tela de juicio el ejemplo de sus ascendientes.  Se inspiran en los modelos que les presentan sus contemporáneos, sus "iguales".

Podríamos hablar dentro de nuestra cultura de un status de la vejez que nos lleva a un papel social pasivo pero sin conciencia positiva de su utilidad en sí mismo.  Es en efecto típica de nuestra cultura la sensación de soledad e inutilidad que experimentan con frecuencia los Adultos Mayores al dejar sus actividades productivas por el fenómeno de la jubilación, hasta el extremo de precipitar en ocasiones la muerte a partir de esta situación marginal de jubilados.

Dentro de una misma cultura pueden apreciar diferencias, a veces profundas, entre las diferentes subculturas que representan el campo y la gran ciudad suponen igualmente diferencias importantes en el status y en el papel social de la vejez.  En cualquier caso, y a pesar de diferencias apreciables dentro de la cultura occidental, parece que tiende a imponerse lo que antes decíamos, y que se corre el riesgo de una abierta discriminación por la edad, que empieza a presentar los primeros síntomas en la misma medida que se resquebrajan para la gran masa los valores trascendentes de dicha cultura.  La vejez se encuentra en plena evolución de su status y, según todos los indicios, con un fuerte descenso de su papel social.  Debe tenerse en cuenta que eso se debe no sólo a pérdida de valores morales o del sentido de la vida, sino también a fenómenos como el ritmo del cambio cultural o la composición de las pirámides de edades.

Las tendencias actuales en todas las sociedades que forman parte de la cultura occidental presentan en suma matices nuevos e incluso inéditos por lo que se refiere a la interrelación entre la vejez y cultura.  La aceleración creciente de la forma de vivir en las sociedades desarrolladas está ampliando por lo demás el fenómeno de la vejez, que empieza a tener vigencia y ser tenido como tan en etapas de la vida humana que hasta hace bien poco se consideraban como edades maduras.  El enfrentamiento de generaciones, facilitado y popularizado por los medios de comunicación de masas, puede convertir la estratificación social por razón de edad en dos únicas categorías contrapuestas: vejez y juventud.

3. El Adulto Mayor: fuente de cultura

Nuestra vieja cultura occidental se caracteriza por su orientación hacia la juventud.  Es una sociedad imbuida por los valores de la juventud: belleza, poder económico, fuerza, trabajo.  Las personas mayores pueden ofrecer poco en estos valores, pero el tema importante en una sociedad democrática y pluralista consiste en saber si los valores de una minoría, población productiva y activa deben dirigir los valores de la mayoría (niños, jóvenes, desempleados, ancianos) población pasiva no productiva.  El adulto mayor constituye una etapa vital que puede tener elementos de desarrollo personal, aunque este desarrollo vaya en dirección contraria a los valores predominantes en la sociedad actual.

La experiencia más importante que la persona mayor posee, no radica en sus conocimientos técnicos, que los jóvenes poseen en mayor cantidad, sino en el conocimiento de los problemas psíquicos y sociales que él posee por el mero hecho de haber vivido.  Él tendrá por su experiencia posibles respuestas para los temas contemporáneos de crisis individual, diálogo entre generaciones, conflicto entre grupos y tantos otros problemas psicológicos contemporáneos.

La persona que haya vivido más podrá aportar al resto de la sociedad su saber psicosocial, no por poseer mayores conocimientos, sino por haberlos experimentado durante más tiempo.

La consideración del Adulto Mayor como etapa negativa evoca condiciones pretéritas superadas actualmente.

4. El prestigio del Adulto Mayor

El equívoco actual, consiste en presentar conocimientos tradicionales de los Adultos Mayores frente a saberes contemporáneos de jóvenes, como si el aprovechar unos supusiera negar los otros y aquí está la falacia del planteamiento, ya que ambos son indispensables en una sociedad moderna.  Lo importante de la experiencia de las personas mayores son los conocimientos que poseen de la vida psíquica y social del ser humano, mientras que lo valioso de los jóvenes es su capacidad de innovación e iniciativa, principalmente en las ciencias de la naturaleza.  Se parte aquí de la similitud de acontecimientos sociales en lo esencial, entre el pasado y el presente, ya que el ser humano sigue siendo el mismo ser o­ntológicamente, mientras que la época presente resulta única en el mundo de la tecnología y en los avances de la ciencia.

En muchas culturas el prestigio ha constituido la nota distintiva, el valor máximo y el mayor aprecio que la sociedad ha concedido a la vejez.  El prestigio basado en la presunción de una experiencia adquirida a través de su paso por todas las etapas de la vida humana y de unas opiniones desapasionadas como consecuencia de una edad desinteresada, han permitido a la vejez ejercer una autoridad de consejo, en algunos casos con un fuerte contenido de poder, que ha sido considerado beneficioso en alto grado para el equilibrio entre integración y cambio y para el sentimiento de seguridad colectivo.

Los puntos fuertes y las cualidades por las que tiene prestigio la vejez dejan de tener valor para una cultura que ponga sus ideales y sus fines sola, única y exclusivamente en lo nuevo, lo cambiante, lo intuitivo, lo inacabado, dando la espalda a los valores de tradición, estabilidad y prudencia política.

5. Un acercamiento a los cambios de la personalidad del Adulto Mayor.

La personalidad se puede definir como "el conjunto de características que son propias de cada persona y que la distinguen de las demás".  En tales características influye su experiencia histórica, su educación familiar, la profesión, sus necesidades y motivaciones, temperamento y humor, su potencial para el desarrollo y la realización personal.  La consistencia de la persona se halla en función del sentido que encuentra a su vida.  Encontrar un sentido a la vida es algo que aparece de forma especial a edades maduras.  Las personas suelen revisar su pasado y recomponer el sentido de aquellas actividades que han desarrollado a lo largo del tiempo.  La valoración que hacen de su vida pasada no depende tanto del resultado de un examen objetivo de la misma cuanto de su interpretación desde el presente.  El presente del Adulto Mayor es muchas veces problemático,

"Los estudios gerontológico indican que supone una crisis vital (Atchley, 1976, Streib y Schneider, 1971)... se trata de un acontecimiento en el ciclo vital que requiere reajustes" (Cfr. Hooyman, N Asuman, H. "Social Gerontology", pág. 391).

Cuando las expectativas personales no han encontrado la respuesta deseada en la etapa de la vida que se supone última, para recibir el reconocimiento de todo lo que han estado aportando durante ella, la autoestima sufre una quiebra negativa:

"Los hijos se ocuparán de mí y empieza a darse cuenta de que sí... pero no tanto y en algunos casos nada, y esto a mí ¿para qué me ha servido toda la vida si al final como estoy?"  esta apreciación incide de manera negativa.

No siempre es posible diferenciar los cambios psicológicos de personalidad derivados del envejecimiento, de aquellos que resultan de los cambios en la salud.  Es necesario preparar a la gente para que los cambios de rol en el trabajo, en la familia y en los recursos económicos no supongan una quiebra de su persona sino que aprendan a conducirse en el transcurso de estos cambios.

Para avanzar en la prevención de los estados que aparecen con frecuencia en la vejez tales como la "pérdida de las ganas de vivir", hay que tener presente la ruptura de la comunicación real o aparente con las circunstancias vitales.  El desarrollo de los procesos de comunicaciones capaz de recrear el mundo vital de la persona ya que en ellos se definen los nuevos papeles y las expectativas de los demás actores sociales.

Según Leer, U. "Psicología de la senectud", los cambios que se producen con el paso de los años parecen deberse a las respuestas a las nuevas condiciones que la persona experimenta, tales como la disminución de las responsabilidades, disponibilidad de tiempo, reducción de la aptitud funcional, más que a la tendencia inevitable de la personalidad que envejece.  Así pues, aquellas personas mayores que se mantienen activas, con ciertas responsabilidades, y plena aptitud funcional, apenas experimentan cambios en su personalidad.  La preparación por ejemplo a la jubilación debe dar motivos y alternativas con una respuesta real, en ese período de vida de la persona tan pleno pero tan falto de orientaciones.

La misma autora, Leer, U. Afirma que "los sucesos evolutivos de la persona (aquellos que acontecen en el curso normal de su vida y que anteceden a cambios conductuales), conllevan un cambio de la situación de ésta, que deberán afrontar, por lo que es necesaria la articulación de estrategias para afrontar y suscitar la adaptación.  Si se dificulta el enfrentamiento con la nueva situación vital, puede convertirse en una situación conflictiva.  La "jubilación" y el "nido vacío" serían los sucesos evolutivos que más se destacan en este período de la vida".

En la publicación "Jubilación y nido vacío ¿principio o fin?" de Serra y Dato se dice que, según estudios realizados, los períodos de crisis en la edad madura, "en el caso de los hombres se sitúa alrededor de los sesenta años coincidiendo con el período climaterio y normalmente con la aparición del "nido vacío".  Los sucesos evolutivos tienen la característica de que ocurren a la mayoría de las personas, de una generación determinada.  Es posible preparar a las personas antes de que se den dichos sucesos".

II. EL ADULTO MAYOR EN SU CONTEXTO FAMILIAR

1. Problemáticas más sentidas

El hombre actual, que con tacto énfasis habla de progresismo, ha reducido la edad del Adulto Mayor a un mero apéndice del cuerpo social.  No faltan, incluso, cirujanos sociales que abogan por la extirpación y propugnan una situación marginal para este colectivo.  No andan lejos estos profetas del mal entendido progresismo de la solución aportada por Aldous Huxley en su novela "Un mundo feliz", donde las personas son confinadas en emplazamientos especiales y condicionadas "de modo que no puedan hacer otra cosa más que lo que deben hacer", aguardan, recibiendo su diaria razón de soma, el inicio del viaje sin retorno.  No porque en la escala axiológica, más encumbrados que los valores defendidos por el pragmatismo, se hallas otros cuya presencia es notable y una constante en esta edad.  Por eso, ignorado o marginado al Adulto Mayor le estamos negando un cúmulo de valores, muchos de ellos permanentes, que, a través del crisol de la vida, nos han legado las generaciones pretéritas.  Y es más, estamos despreciando una fuente de inagotable riqueza espiritual, un eslabón de la cadena generacional, un cordón umbilical que, además de unirnos a las generaciones que nos precedieron, nos nutre culturalmente.

Otro problema para el Adulto Mayor es el de la jubilación.  Ha pasado a ser de un día a otro una persona improductiva.  Hay que tener en cuenta también la evolución cultural y las nuevas ocupaciones de ocio, relación con los demás.  La dependencia de la familia por carencia de ingresos económicos.  Hoy entre los Adultos Mayores existen varios sin ingreso alguno y entre un 7 y un 8 por ciento de la población de Adultos Mayores está percibiendo el fondo de asistencia social.

También pierde el Adulto Mayor su trabajo, que era una fuente de prestigio y pierde los compañeros de trabajo con los que habitualmente se relacionaba.  Esto es más notable en la mujer, que varía su comunicación a otros niveles totalmente distintos, pues al perder el trabajo pierde con el la única forma de prestigio que la sociedad podía seguir dándole.

Este Adulto Mayor, quizás queda reducido a una inactividad total, a una carencia de relaciones sociales.

Pasa a ser un Adulto Mayor al que en pocos momentos se ha intentado motivar o reeducar para la nueva situación, o brindarle la posibilidad de otros ambientes en que pudiera sentirse satisfecho o adaptado, evitando frustraciones con la realización de otras tareas o actividades.

Para muchos Adultos Mayores el trabajo no ha sido una elección de vocación, sino la posibilidad de un medio económico para poder constituir una familia y tener sus hijos.  La mujer en muchos lugares del mundo trabaja a expensas del marido sin ningún tipo de retribución y de alguna manera a nivel sociológico se la consideraba como la persona que se ocupaba de "sus labores".  Esta mujer, hoy Adulta Mayor, ha vivido la jubilación de forma totalmente distinta al hombre.

La jubilación no afecta igual al hombre que a la mujer; el hombre deja si actividad laboral y se convierte, de ordinario, en improductivo, inactivo: por el contrario la mujer sigue desarrollando sus actividades hasta que sus fuerzas físicas o su actividad mental se lo impidan.

La familia es algo que se deslindado por la modernidad de lo que supone la ayuda al Adulto mayor.  Actualmente parece ser que el Adulto Mayor solamente compete a la responsabilidad de la sociedad.

Es también problema la forma de comprensión, de respeto, la no aceptación de esa persona como persona con una determinada experiencia o con algo que todavía puede aportar y que puede ser realmente útil.  Otro tanto hay que decir sobre la imagen que tenemos del Adulto Mayor y de sus vivencias; esta imagen se convierte muchas veces en una sobrecarga para el individuo porque hace que la sociedad le cree constantemente unas expectativas de comportamiento que no se orientan nunca o casi nunca hacia su realidad sino hacia representaciones tradicionales frecuentemente estereotipadas que dificultan la adaptación en determinados procesos de envejecimiento.

La población crea una imagen de la vejez que introduce al que envejece en un grupo-problema dentro de una sociedad que no le presta un buen servicio, en una sociedad que está orientada hacia el consumismo, la belleza, el rendimiento, etc., y empuja a estas personas hacia el aislamiento y la soledad.

2. El Adulto Mayor en el seno de la familia

En la actual familia, reducida de tamaño, despegada de los familiares, metida en espacios vitales mínimos, el abuelo tradicional no tiene cabida.  Los padres Adultos mayores quedan solos, nunca llegan de verdad a ser abuelos y amputados de este rol pierden su fuerza mayor y más universal.  Pero la familia moderna también se resiente de su pérdida: al haber quedado sola la pareja humana con sus dos o tres hijos –como medida estadística- ha ganado en autenticidad y personalidad, pero se cargado de tensiones, se ha hecho tremendamente explosiva y frágil.  Ello es debido a que el abuelo, con su enorme carga afectiva y su autoridad reconocida, servía para amortiguar choques, suavizaba conflictos, actuaba de intermediario en las disputas, derramaba serenidad y sabiduría en las inevitables asperezas de las relaciones familiares.

El estatuto del adulto mayor ha sufrido un revés a partir de la revolución industrial.  A lo largo de la historia (y todavía persiste en el mundo rural, y en nuestros países del Tercer Mundo), la función social del Adulto Mayor (senes) ha gozado de un estatuto de privilegio.  Las razones son fácilmente comprensibles.

El Adulto Mayor poseía, en el mundo rural, una gran experiencia en el campo de la producción y de la economía, la agricultura y la ganadería, basada no en conocimientos raciones y científicos, sino experimentales, que se transmitían de padres a hijos.  El saber acumulado por vía oral era transmitido por los mayores, e iba acompañado de prestigio y de poder.

Como consecuencia, el poder económico era detentado por el mayor, lo que originaba unas relaciones o de dependencia y sumisión inapelables.  El sistema legal de herencia refrenada esta actitud de sumisión y obediencia filial.

La moderna revolución industrial y el fenómeno del urbanismo, han roto estos moldes tradicionales y han introducido, entre otros muchos aspectos, de la vida, una profunda transformación y cambio en la percepción del rol y estatuto social de los Adultos Mayores.  Su saber ya no es exclusivamente producto de la herencia y de la experiencia, sino que se puede adquirir científicamente.  Los hijos han conseguido su propia autonomía y ya no dependen exclusivamente de los padres, aparte de que por lo general han abandonado el campo para integrarse en el mundo urbano e industrial.  Esto ha creado nuevos problemas en el ámbito familiar.

2.1.  Problemáticas socio-familiar

La familia, una vez adquirida plena conciencia de la problemática del Adulto Mayor, tiene que jugar un papel de alta eficacia indispensable para lograr su integración en la sociedad.  Es ella la única capaz de lograr que adquieran confianza en si mismos y, ello es así, por cuanto que ejerce una influencia moral, con fuerza suficiente, para hacerlos comprender que su situación no afecta en nada respecto a la consideración, al afecto, a la estima que se les tiene en igualdad a los demás y que, al no existir discriminación alguna, se pone en evidencia al vivir en paridad de oportunidades, en directa aplicación de lo que en justicia les corresponde.

El problema de la convivencia familiar del Adulto Mayor hay que situarlo en referencia al objetivo final: su autodesciframiento, realización personal, familiar y social integración que no supone convertirlo en un ser específico con características que lo discriminen; el Adulto Mayor es un miembro más en la sociedad con unas dificultades somáticas suplementarias a las que se consideran normales.  Pretendemos que el Adulto Mayor pueda vivir dentro de sus posibilidades tan intensamente como cualquier otra persona.

Perspectivas de aproximación al Adulto Mayor.

a) Desde la perspectiva psicológica se postulará que el Adulto Mayor ha de tener un conocimiento real de sus posibilidades y limitaciones para que adopte una actitud correcta.

b) Una perspectiva intelectualista considera que el Adulto Mayor sigue siendo persona que carece de sentido plantearse ningún problema.  Tal postura nos parece desligada de la realidad.

c) Otra actitud puede ser filantrópica o benéfica que actúa prescindiendo de los evidentes calores positivos que la situación puede ofrecer.

d) Existe también el aspecto psicosocial que consiste en subrayar el hecho de que el Adulto Mayor vive encarnado en un orden social determinado que le afecta a él, a sus semejantes y a sus relaciones con los demás.

Este enfoque psicosocial supone:

1) Reconocer la realidad de los hechos: el Adulto Mayor, en muchos casos discrimina la realidad que le rodea.  Reconocer esta realidad implicaría que las instituciones lo tuviera en cuenta y que la sociedad se considera afectada en potencia.  Para ello se debería tomar conciencia desde la primera infancia con el fin de posibilitar la comprensión del dolor humano del que el anciano puede ser una faceta más.  Esto es un objetivo pedagógico.

2) Evitar la filantropía y el sentido de beneficencia para sustituirlos por los conceptos de igualdad y justicia.  Olvidar la existencia del Adulto Mayor es en cierta manera soslayar los principios de justicia e igualdad humana.  Ello exige la comprensión que da la caridad y la equidad que ofrece la justicia.

2.2. Convivencia familiar.

La convivencia familiar presupone: espíritu de servicio, respeto a la personalidad, tolerancia, actitud de apertura ante los valores de los demás y englobándolo todo, capacidad de comunicación.  La comunicación exige un conocimiento o intuición del mundo íntimo del cónyuge y de los hijos, con lo cual superamos las prevenciones, timideces, prejuicios y resistencias mutuas.  Si, de antemano vamos, a la convivencia marcados por una cultura estereotipada, ésta influye a la hora de comunicarnos, de convivir en suma.

Parece ser que un rasgo definitorio de la familia actual es el aislamiento; aislamiento entre los propios miembros y del hogar respecto al mundo exterior.  Las relaciones entre parientes, amigos, vecinos se diluyen cada día más debido a la incomunicación, el stress y la estructura laboral de pluriempleo que absorben energías y tiempo.

Hemos hecho hincapié en las circunstancias adversas para que quede de manifiesto un principio que nos parece válido.  Nos planteamos la convivencia familiar del Adulto Mayor en un ambiente en que, difícilmente, se da esta convivencia familiar, pretendemos integrarle en una sociedad con unas características que dificulta en gran manera la integración de los individuos que la forman.  Si la inserción y la convivencia son precarias en las familias normales, la existencia de un Adulto Mayor, en líneas generales, agrava aún más esta precariedad.  A veces incluso debido a viviendas de reducidas dimensiones que hace imposible la vida en común.  No obstante, esta circunstancia puede aportar a la familia disgregada un elemento positivo.

En los Adultos Mayores, el análisis de la problemática en la convivencia familiar nos lleva de la mano al estudio de las distintas soluciones de alojamiento.

Es indudable que el Adulto Mayor busca refugio en la familia ante la disminución psíquica, orgánica y laboral que sufre, pero también es cierto que la ligazón afectiva que ha existido por nuestros mayores, la veneración de "los nietos por los abuelos" se va debilitando.  Antes, la vida se desarrollaba en la casa paterna y el padre era el jefe de familia hasta su muerte; hoy el concepto de unidad familiar va desapareciendo, llegándose a la llamada separación de generaciones.

Para que pueda llegarse a la convivencia familiar se han de fortalecer los lazos afectivos entre las generaciones y se ha de basar la cohabitación de las dos generaciones en el sentido de solidaridad familiar.

2.3.  Relaciones conyugales

La relación marital es una e las más importantes, quizá la más importante relación experimentada en los años adultos.  La satisfacción con el matrimonio alcanza su menor nivel en la mediana edad para aumentar después; con la vejez la satisfacción marital alcanza cotas mayores que con ningún otro grupo de edad.

Los maridos y las esposas experimentan una mayor intimidad y compañerismo, calificándose mutuamente de forma positiva.

Durante la década de los sesenta y cinco a los setenta y cuatro años, la tasa de fallecimientos para los hombres aumenta en gran manera; el 81 por 100 de los hombres están todavía casados, pero sólo el 49 por 100 de las mujeres lo están.  El rol del marido varía desde el de suministrador al de ayudante, y el rol de la mujer reclama que ella aporte mayor cantidad de amor y comprensión que antes.

La salud llega a ser una importante fuente de preocupaciones y las esposas se convierten en más dominantes en la situación marital que en cualquier otra edad, indudablemente debido en parte a la situación provocada por la mala salud del marido.

La imagen del matrimonio en los últimos años de vida es muy positiva, aunque perturbada por los problemas de salud, primordialmente, y por la posibilidad de la muerte de alguno de los cónyuges, normalmente el marido.

La mujer de edad se adapta mejor que el hombre a su condición.  Al ser ama de casa y estar dedicada a las tareas domésticas, su situación es la misma que la de los campesinos y artesanos: para ella trabajo y existencia se confunden y ningún defecto exterior interrumpe brutalmente sus actividades.  Ellas son las que tienen las responsabilidades de la casa y mantienen activas las relaciones con la familia, sobre todo con los hijos y nietos.  En definitiva, es muy frecuente asistir al acrecentamiento de la autoridad de la mujer y a una regresión de la autoridad del marido.

La salud de la pareja puede verse seriamente alterada por el aislamiento y abandono que en ocasiones se encuentra, debido a la industrialización, la urbanización, construcción de nuevas ciudades y a la desaparición de la familia de tres generaciones.

Es frecuente que en estos casos las parejas se encierren en sus casas y que el apego celoso, maníaco o tiránico que el uno tiene por el otro les lleve a hacer el vacío a su alrededor.  De aquí la necesidad que el especialista en salud mental, el psicólogo, el orientador familiar, participe en todos los planes generales de desarrollo comunal y en cuantas actividades se emprendan para atenuar las dificultades que experimentan.

También las relaciones sexuales pueden constituir una fuente importante de conflicto para la pareja.  En primer lugar, porque a pesar de estar demostrado que la vida sexual no desaparece sino con la muerte, la sociedad todavía parece ignorar esta verdad.  En segundo lugar, porque existen una serie de factores de naturaleza psicosocial que las hacen más dificultosas: es la edad en que los hijos ya controlan mucho más la conducta paterna; en que las obligaciones sociales imponen mayor cautela para conservar el prestigio; en que el apetito sexual se dirige preferentemente a mujeres más jóvenes y esto hace temer no poderlas satisfacer plenamente.... En tercer lugar, se es menos resistente a los excesos de alimentación, pérdida de sueño, que caracterizan la llamada crisis involutiva o climaterio masculino.  Y todo ello crea una cierta inseguridad o recelo en la propia capacidad sexual y motiva un fracaso de las relaciones con el otro cónyuge.

Sin embargo, esta etapa de la vida no debe suponer una renuncia al amor ni implicar una negación absoluta a toda satisfacción física, sino que ésta debe estar subordinada a la pureza de su motivación amorosa.  Hay que fomentar el mayor y mejor trato de las personas senescentes de ambos sexos, pues en su amistad y en su posible amor recíproco pueden encontrar el mejor remedio de canalizar hacia elevados ideales y pautas de conducta, su vida sexual.

2.4.  Nuevas nupcias

En 1978, en investigaciones realizadas se demostró que sólo el 5 por 100 de los matrimonios celebrados lo fueron por primera vez, mientras que el 75 por 100 eran viudos o viudas.  Cerca de dos tercios de las personas mayores que se casaron son hombres, se casan muchos más hombres viejos que mujeres viejas.

De acuerdo con un profundo estudio con 100 matrimonios jubilados, el compañerismo es la razón más importante para volverse a casar en los años de vida.  El significado y el propósito de la vida pueden ser mejorados por una buena relación marital.  Una razón clasificada de importante para volverse a casar fue la satisfacción sexual, lo que el autor definió más como un brazo que como una relación sexual. También se citaron como causas la salud y la economía.

Un impedimento importante para volverse a casar es que las mujeres se dan cuenta que tienen probabilidad de estar más sanas que los hombres de su misma edad.  Pueden echarse hacia atrás porque no quieren perder su futuro, cuidando a un marido enfermo con el que no han convivido los años suficientes para desarrollar un cariño intenso, similar al que tenían en su matrimonio anterior.  Otra barrera es la de los hijos adultos que no quieren que sus padres se vuelvan a casar.

Respecto de aquellos que nunca se casaron, aproximadamente un 5 por ciento de las personas mayores, parecen estar bastante adaptados a su situación.  Admiten la soledad de sus existencias, pero generalmente es sólo la del momento actual, pues parece haber sido la tónica general de sus vidas.  En realidad, no están solos en sentido estricto, puesto que tienen amigos (as) y muchos viven con algún hermano o hermana.  En la jubilación parecen tener más problemas, tal vez porque las relaciones familiares no pueden en ellos compensar las pérdidas que produce dejar el trabajo.

En 1979, en algunos países de nuestro continente más de la mitad de las mujeres de sesenta y cinco años estaban viudas.  Hay seis veces más viudas que viudos entre aquellas personas que tienen entre sesenta y sesenta y cinco años.  Las diferencias de sexo, indudablemente, resultan de tres factores: las mujeres se casan con hombres más viejos que ellas y hay más viudos que viudas que se vuelven a casar.

2.5.  Relaciones entre padres e hijos

Las relaciones entre padres e hijos son más complicadas en esta etapa de la vida, sobre todo en el caso que tengan que convivir en el mismo domicilio, puesto que al invertirse los papeles que ahora juegan en la vida afloran fácilmente conflictos antiguos y olvidados.  Además en nuestra época el llamado conflicto de generaciones es muy agudo, probablemente debido a la velocidad y la profundidad de los cambios de opiniones y costumbres que han surgido en los últimos decenios, por lo que una inmensa mayoría de Adultos Mayores, al no poder seguirlos, se sienten aislados del resto de sus semejantes y surgen en ellos la depresión o la ansiedad, haciéndose más irritables y ensimismados.

De acuerdo con lo que se puede escuchar parece que las personas de la tercera edad estarían frecuentemente alejadas de sus hijos adultos.  La consecuencia que se deduce de ello es la falta de gratitud de dichos hijos hacia sus padres.  Los resultados de las investigaciones y opiniones de muchos gerontólogos parece más bien que los hijos sí tienden a ofrecer diversos tipos de apoyo y generalmente existen frecuentes contactos entre estas personas mayores y sus hijos.  Es claro que el simple recuento de las veces que una persona mayor ve a sus hijos no dice nada acerca de la calidad de estos contactos, no está relacionado con la moral o la satisfacción en la vida.

El apoyo que una generación ofrece a otra está determinada por muchos factores tales como las anteriores relaciones familiares, el salario, la salud, las necesidades y el status familiar.

Los problemas existentes en las relaciones entre padres e hijos se plantean con toda su crudeza cuando los padres son senescentes.  Las actitudes filiales que se habían reprimido o disimulado mientras se temían la fuerza y el poder de los padres pueden surgir en este momento con toda su crudeza, cuando ya no es temida la ancianidad.  Frialdad, violencia y/o cariño no dependen de las buenas intenciones, o del modo de comportarse del Adulto Mayor, tanto como de la manera que las intenciones y su comportamiento fueron juzgados por sus hijos en su momento.

III. VALORES Y RIQUEZAS DEL ADULTO MAYOR

1. La Edad Adulta Mayor, fuente de riqueza espiritual

La Edad Adulta mayor es una fuente inagotable de riqueza espiritual, un eslabón de la cadena generacional.  Ellos aportan su historia, su testimonio, su tiempo, sus conocimientos profesionales e intelectuales, espirituales.

La vejez, ha dicho Juan Pablo II, es la coronación de los escalones de la vida.  En ella se recogen los frutos de lo aprendido y de lo experimentado, los frutos de lo realizado y conseguido, los frutos de lo sufrido y soportado.  Es la trayectoria de toda una vida.

El Papa, peregrino del amor y de la esperanza, alentó las energías de las comunidades eclesiales para que den abundantes frutos de amor a Cristo, y de servicio a los germanos.  Estas palabras sirven de estímulo para quienes luchan por un mundo mejor y por una sociedad más justa, sirviendo al Adulto Mayor.  La Edad Adulta Mayor es la etapa cumbre de la existencia, que corona toda una vida rica en experiencia y desbordante de contenido, ejemplo de virtudes, esfuerzos y no pocas veces heroísmo.

Ellos, los Adultos Mayores, nos enseñaron a andar, a amar, a ser generosos, a ser cristianos.  Ellos pisaron los caminos de esta tierra antes que todos nosotros.  Ellos han sido un camino, una escuela de virtudes que ha transmitido con sus sabiduría y sencillez.  A ellos, nuestra simpatía, estima y admiración.

2. Necesidad del Adulto Mayor en el mundo actual

Los Adultos Mayores son importantes en la vida actual.  Los necesitamos para no caminar derroteros de deshumanización y de egoísmo.  Nuestros hogares los necesitan para no empobrecerse. Los necesitamos para que los niños aprendan lo que es la vida, y lo que es la plenitud de la vida y el lado ascendente de la verdadera vida, que no tiene fin.

De cara a la sociedad, los Adultos Mayores pueden aportar mucho:

- En primer lugar, su tiempo, que ya no está devorado por la vida profesional.

- Su historia y su testimonio: es la historia del pasado que permite, en parte, pensar en el futuro.

- Sus conocimientos profesionales o intelectuales: no se ha ejercido una profesión durante 30 ó 40 años sin haber aprendido mucho de ella.  No tiene por qué perderse todo lo que se ha adquirido.

- Sus conocimientos psicológicos y espirituales: si ha cambiado el mundo material, el de la psicología ha quedado en buena parte idéntico.  Siempre hay orgullosos y modestos, altruistas y egoístas, activos y perezosos.

De lo que nuestra época parece tener mayor necesidad, no es tanto de una mejora material, sino de adquirir cierta benevolencia hacia los demás, cierta serenidad, en una palabra, cierta sabiduría y esto puede encontrarlo nuestra época merced a la ayuda de las personas mayores.

El Adulto Mayor en el mundo bíblico se siente afincado en la historia con ventanas hacia el pasado y el futuro.  Desde su situación divisa un amplio panorama.  Son muchos los pasajes de la Biblia en que ser Adulto Mayor es un título aristocrático (Lev. 19,32; Sap. 4,8 ss).  El pueblo de la Biblia no esconde ni reserva a sus ancianos, no guarda silencio sobre ellos, al contrario, los lleva al mismo centro de su vida; son el eje central de la vida familiar, social y religiosa.  Los exhibe como exponente de su dignidad en toda plenitud, la más grande sorpresa es que ningún acontecimiento o página de la historia puede imaginarse sin la presencia de los ancianos.

3. La Edad Adulta Mayor, es salvadora del mundo

El mundo del Adulto Mayor es rico en potencialidades y ofrece al observador que desea colaborar en ese humanitario e interesante campo, una gama de hermosos valores.  Para apreciarlo es necesario atender, abrir los ojos, comprender y agudizar nuestra sensibilidad receptiva y catalizadora.  Con razón, Juan Pablo II en su Visita Pastoral a España, en 1982, pronunció estas justas palabras durante el encuentro que mantuvo con representantes de la Edad Adulta Mayor en la Ciudad de Valencia: "La Tercera Edad es algo venerable para la Iglesia, y para la sociedad merece el máximo respeto y estima (...).  Por ello e inclino ante vosotros e invito a todos a manifestar siempre la reverencia afectuosa que merecen quienes nos han dado la vida y nos han precedido en la organización de la sociedad y en la edificación del presente".

En medio del activismo, ellos pueden ofrecer la gratitud.  En medio de la supervaloración de la fuerza, la belleza, el poder, la productividad, ellos pueden ofrecer una nueva conciencia del mundo sobre la vaciedad de esos ídolos.  Los Adultos Mayores se convierten así en portadores de los gérmenes de una nueva conciencia social.  Aun cuando ustedes no encuentren en el ámbito de sus familias y de la sociedad condiciones para hacer otra cosa –les dice el Papa. "con la aportación válida y generosa de la oración y de la propia ofrenda, contribuyen no sólo a su propia elevación, a hacer activa y gozosa su edad, sino también a salvar el mundo.  Por la especial condición en que se hallan no les faltan ni las ocasiones de sufrir ni el tiempo de rezar.  El mundo necesita oración y sufrimiento para salvarse.  Vosotros podéis ayudarle.  El camino del misterio pascual lleva a la humanidad desde la cruz a la resurrección".

Clama al cielo que haya padres que no son visitados, o que hayan sido invitados a marchar fuera del hogar que ellos mismos construyeron y edificaron.  Todavía más triste es que hayan sido "echados", "arrojados" o "expulsados" de la casa familiar, por el mero hecho de ser viejos y ancianos, estorbando así los planes de los jóvenes, sus hijos.

Pero, la vejez es parte final de una sinfonía -decía Juan Pablo II- donde se recogen los grandes temas de la vida en un poderoso acorde, y esta armonía confiere sabiduría, bondad, comprensión y amor, en medio de la supervaloración de la fuerza, la belleza, el poder y la productividad.  Ellos nos pueden ofrecer una nueva conciencia del mundo sobre la variedad de esos ídolos.

4. Riqueza para la humanidad

Como siempre, los más pobres pueden dar a la humanidad la mayor riqueza.  Los que sufren injusticia nos revelan la sustancia de nuestras vidas injustas.  Los abandonados nos muestran el valor de la compañía y comunión.  Los que están en etapa de declive y enfermedad nos enseñan cómo debemos agradar y compartir la salud y la fuerza vital.  Los que han dejado de creer en los ídolos del poder, del dinero, del sexo, de la ciencia, nos enseñan a creer en el único Dios de Jesucristo y nos muestran la insustancia y el engaño, la provisionalidad y el vacío de todos los ídolos. ¿Algún servicio mejor y más necesario que éste del Adulto Mayor?

La fecundidad y permanencia de estos valores dependen de dos condiciones inseparables.  La primera, exige de las mismas personas, que acepten totalmente su edad y aprecien todas sus posibles riquezas.  La segunda condición se refiere a la sociedad de hoy.  Necesita ser capaz de reconocer los valores morales, afectivos y religiosos que moran en el espíritu y en el corazón de los Adultos Mayores.  Necesita trabajar para insertar estos valores en nuestra civilización que sufre un desequilibrio inquietante entre su nivel técnico y su nivel ético.

Las personas de la edad Adulta Mayor han de ser conscientes del propio deber de dar su aporte a la sociedad en cuanto miembros vivos de ella, mostrando que son capaces de contribuir a enriquecerla con su sabiduría y experiencia.  Por su parte, la sociedad ha de adoptar nuevas actitudes y adecuados comportamientos dirigidos a solucionar los problemas de ellos y a valorarlos.  La corona de los Adultos Mayores es su rica experiencia y el temor del Señor su gloria" (Ecclo 25. 7-8).

Cuando Juan Pablo II visitó la Residencia de los Adultos Mayores de Perth-Giendalongh (Australia) el 30 de noviembre de 1986, dirigió una profunda alocución resaltando las riquezas humanas, los dones divinos y las actitudes cristianas de la "edad de la plenitud".  Expuso los hermosos valores cristianos y humanos de la vejez.  Las coordenadas de su discurso descansan sobre estos asertos centrales:

1. Paz y sabiduría remansadas.  Los ancianos, en efecto, nos hacen partícipes de su honda paz contagiante y de una acumulada sabiduría que nos ayuda a encauzar mejor nuestra andadura humana.

2. Historia protagonizada por el amor de Dios.  La vida de cada Adulto Mayor está tejida por continuas intervenciones divinas que se ha prodigado en etapas sucesivas.  Si toda la vida es don del amor del Padre, más lo es en quien ha visto fluir sobre sí la abundancia de muchos años cumplidos.

3. La experiencia de la vejez, capítulo difícil del arte de vivir.  A la espera del Señor que viene, el Adulto Mayor se prepara y forja para el encuentro definitivo.  Pero en el tiempo intermedio que recorta inexorablemente los plazos se nos muestra la preciosa experiencia y la sabiduría de la vida, el modo de ver las cosas y las energías espirituales de que son capaces nuestros mayores.

4. Espiritualidad del Adulto Mayor.  Presenta sus propios desafíos y sus especiales invitaciones.  Si por un lado desfilan los sufrimientos pasados y los fracasos personales como un triste cortejo de recuerdos aflictivos, por otra parte se descubren asimismo felices acontecimientos que no fueron otra cosa sino bendiciones divinas.  El Adulto Mayor ha de esforzarse para ofrecer sus recuerdos al Señor porque "pensar en el pasado no modificará la realidad de los sufrimientos padecidos, pero puede cambiar el modo de valorarlos, y cuando todo ello se realiza dentro de la oración resulta una fuente reparadora".

Aparecen así, a grandes rasgos, los valores espirituales y religiosos de la Edad del Adulto Mayor desde una óptima cristiana que el Papa Juan Pablo II resumió así: "La experiencia de la Tercera Edad comporta una nueva actitud frente al tiempo.  Vosotros tenéis ahora la oportunidad de apreciar cada momento de la vida.  Se hace posible para vosotros deteneros, y admirar y estar agradecidos por las cosas ordinarias de la vida, cosas que quizá pasaban antes desapercibidas: pequeños detalles como la amistad y la solidaridad y la belleza del mundo que nos habla de la infinitamente mayor belleza de Creador.  Todo esto ofrece nuevas posibilidades para la oración contemplativa, una oración hecha no sólo de palabra sino sobre todo de abandono confiado en las manos de Dios". (Molina Prieto, A. , 1990).

La vejez es el crisol de la virtud, la sabiduría de la vida, la fuente de la experiencia y el testimonio vivo de valores y virtudes vividas en plenitud.

IV. CONCLUSIÓN

Algunas consideraciones que considero pueden ser tenidas en cuenta a manera de conclusiones:

- Continuar el desarrollo de sus facultades basadas en su experiencia acumulada.

- Animar el interés en el terreno científico por los descubrimientos en los campos de la mecánica, los transportes, la ecología, la biología, la medicina.

- Suscitar los medios para que adquieran la cultura artística, literaria, histórica, filosófica.

- Fortalecer en los jóvenes y en la tercera edad la convivencia en un clima de confianza. Cada generación tiene necesidad de los demás y, en definitiva, hemos sido invitados a buscar una mejor "conviavilidad".  Según el excelente término de Ivan Ilich, no faltarán las dificultades, y los egoísmos individuales o de clase serán muchas veces difíciles de vencer, pero debemos alcanzarla si cada uno aporta en la acción el respeto y el deseo de comprender del otro. ¿No es éste el ideal a proponer a toda sociedad humana?

- Estimular en la sociedad una gran sensibilidad para valorar la dignidad del Adulto Mayor, que bajo las canas y los años esconden verdaderas riquezas del espíritu.

- Con el fin de concluir esta reflexión me permito presentar una propuesta de Decálogo de los valores espirituales y morales del Adulto Mayor que pueden ser tenidos en cuenta como horizonte del trabajo Pastoral.

Decálogo de los valores espirituales y morales del Adulto Mayor

1. La entrada en la Edad del Adulto Mayor debe ser considerada como un privilegio, porque no todos han tenido la suerte de alcanzar esta meta.

2. La Edad del Adulto Mayor es la hermosa etapa de la vida que permite considerar más fructuosamente el pasado, para conocer y vivir con mayor profundidad el misterio pascual.

3. La Edad del Adulto Mayor tiene todavía por delante una misión que cumplir y un aporte que dar a los demás.  Por este motivo la existencia de los Adultos Mayores posee un hondo significado de gracia.

4. La Edad del Adulto Mayor es una feliz coronación de las etapas de la vida, ya que conlleva la cosecha de lo que se ha aprendido, sufrido y soportado.

5. Como ocurre al término de una gran sinfonía, en Edad del Adulto Mayor reaparecen los temas dominantes de la vida para una poderosa síntesis. La resonancia final confiere cordura, equilibrio, bondad, paciencia, comprensión y amor.

6. Aprender a envejecer requiere sabiduría y valor. La experiencia de la vejez es uno de los capítulos más difíciles del gran arte del saber vivir.

7. La espiritualidad de los adultos mayores presenta sus propios y especiales desafíos e invitaciones: entre los más importantes se encuentra la llamada a la reconciliación que ha de afrontarse valientemente en el ocaso de la vida.

8. La experiencia del Adulto Mayor comporta una nueva actitud frente al tiempo que se vive, ya que puede saborearse mejor cada momento de la existencia admirando y agradeciendo mejor que antes la amistad, la solidaridad y la belleza del mundo que nos habla constantemente de la infinita hermosura de Dios.

9. El tiempo vivido abre maravillosas perspectivas y ofrece nuevas posibilidades para la oración contemplativa, una oración hecha no sólo de palabras sino, sobretodo, de abandono confiado en las manos de Dios.

10. La Edad del Adulto Mayor mira también al futuro y es una invitación a renovar el interés por la vida, a entrar en una nueva relación con el mundo.  Tiene como dulce responsabilidad una experiencia que se debe compartir y una tolerancia que se debe mostrar.  A todos se les ofrece la posibilidad de enseñar a los jóvenes la importancia de valorar la vida en sí misma y por sí misma para que reflexionen no sólo en la eficacia del hacer o el tener, sino en el valor del ser.

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