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Presentación de Javier Darío Restrepo de libro Hacia una sociedad para todas las edades

Viernes, 22 de Octubre de 2010
Aprendizajes y Experiencias

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Presentación en Bogotá del libro Hacia una sociedad para todas las edades. Experiencias latinoamericanas de relaciones intergeneracionales, editado por la Red Latinoamericana de Gerontología

HACIA UNA SOCIEDAD PARA TODAS LAS EDADES

Javier Darío Restrepo
Bogotá, 13-10-2010

En Montevideo existe un programa de acercamiento intergeneracional creado en 1992 por el Departamento de Trabajo Social de la Comunidad Israelita de Uruguay. Dentro de ese programa funciona el que llevan a cabo alumnos de sexto grado de primaria del Instituto Ariel (hebreo) y las integrantes del club Hatkva. Es un programa de intercambio en que las jóvenes estudiantes adoptan una abuela, la visitan, participan con ella en celebraciones religiosas, comparten experiencias y se convierten en sus nuevas nietecitas.

En su primer encuentro, las estudiantes le llevan regalos, como una planta con tarjeta dibujada por ellas, y en la celebración judía del Kabalat Shabat, la abuela y las niñas comparten los ritos; el grupo de niñas, invitado por el club de viejos, disfrutó de una tarde de cuentos en que se alternaron las abuelas y las nietecitas para relatar sus historias.

De estas iniciativas unas y otras, las abuelas y las niñas obtuvieron importantes reflexiones:

No se trata de un programa sofisticado; basta esa comunicación intergeneracional sencilla, para descubrir lo indispensable y valioso de todas las edades.

2.- En la comunidad del Río cuarto, al sur de la provincia de Córdoba en Argentina, hay unos alumnos universitarios en categoría especial. En 2004 fueron 1600 alumnos en más
de70 cursos, talleres, y seminarios de áreas artístico creativa, calidad de vida y Desarrollo cultural y tecnológico. El único requisito para acceder a este espacio educativo es haber cumplido 50 años.

Estos cincuentones, o sesentones, etc., no son solo alumnos, además asumen el rol de coordinadores y como docentes desarrollan temáticas específicas.

El proyecto se propone la vinculación, el intercambio de saberes, el mutuo reconocimiento y la solidaridad entre generaciones; también quieren liberar de prejuicios y estereotipos la imagen de la vejez y estimular el ejercicio intelectual de los mayores en actividades de docencia, investigación y servicio a la comunidad.

En una palabra: activan un potencial que permanecía estancado y sin utilidad para nadie.

Los resultados de este proyecto van más allá de las satisfacciones individuales. El informe registra expresiones de los jóvenes después de su contacto académico con los viejos: “estos viejos son pilas”, “son como mis abuelos, buena onda.”

También se han dado las nuevas percepciones previsibles sobre la vejez y la superación de resistencias a las experiencias educativas intergeneracionales; los viejos han detectado debilidades y desarrollado nuevas posibilidades que habían permanecido desconocidas e irrealizadas en aplicación de la mentalidad negativa que le da fuerza de axioma a la sentencia popular: loro viejo no da la pata.

Al lado de una autopercepción valorizante en el viejo, las generaciones jóvenes aprenden solidaridad, respeto, responsabilidad y capacidad de escucha.

Pero más allá de todo esto, hay una generación joven que no temerá la llegada de su vejez, porque estas experiencias les están resignificando el sentido de ser viejo. Lo decía un estudiante, citado por el informe: cuando yo sea viejo, quiero ser así.

Es, quizás este uno de los impactos más profundo de este intercambio de generaciones. Pensar que en el inmediato futuro una nueva generación de viejos llegará a la sociedad con toda la energía y optimismo de quienes tienen la certeza del papel que deben cumplir y con la responsabilidad de sentirse irreemplazables en ese papel, pensar eso es tanto como avizorar un mundo distinto.

3.- El grupo académico de la Universidad Nacional de Colombia, enfermería del anciano, encontró una singular terapia contra la soledad y la desesperanza de ancianos que viven aislados en casas o apartamentos, a veces enormes, de la ciudad de Bogotá. Idearon el programa de alojamiento intergeneracional. Estudiantes de provincia que llegan a la capital en busca de una vivienda son una parte del programa. Los préstamos estudiantiles de la universidad son el otro factor, y las mujeres ancianas, viudas o solteras que asumen la condición de receptoras o alojantes, son el núcleo del proyecto. Con una edad promedio de 71 años estas ancianas descubren nuevas dimensiones de su vida y de su vejez.

En efecto, entre los objetivos del programa está brindar a las personas viejas la posibilidad de establecer vínculos intergeneracionales que implique, acercamiento, compañía, colaboración y solidaridad. Además, revisar concepciones estereotipadas y prejuiciadas acerca de la vejez por parte de los jóvenes estudiantes y acerca de los jóvenes por parte de los mayores.

Constituye todo un riesgo y una ruptura el gesto de estos viejos que deciden compartir su vivienda con un extraño, porque es joven, estudiante y necesitado de un hospedaje. Entre los griegos se atribuía a los dioses la exigencia primaria de la hospitalidad porque decían que los dioses asumían la forma de peregrinos en busca de hospedaje. Estos viejos receptores o alojantes, como los llama el informe, no aspiran a tanto, pero sí a romper su soledad. Y algo más. Anotaba la filósofa mejicana Juliana González que “la vuelta hacia la vida es la vuelta hacia la vida del otro porque la vida es comunicación y comunidad, es interrelación. El bien de la vida se cifra, en última instancia, en la fuerza del vínculo.”

Pienso en esas parejas de abuelos dedicados por entero a la crianza de sus nietos, o a recibirlos y atenderlos mientras sus padres trabajan, o que salen al rescate en los muy frecuentes casos en que la vida familiar de las jóvenes parejas naufraga, Ustedes deben recordar también a los viejos que no aceptan el descanso de la jubilación, o porque no pueden subvencionarlo, o porque el trabajo es su forma de descanso o de huir al tedio de la inactividad. Obedientes a los impulsos de su condición de viejos, mantienen una activa comunicación con las otras generaciones; son los que no consienten en el aislamiento

Anota el informe que, como resultado del programa, suelen establecerse relaciones de ayuda, evidenciadas en actividades cotidianas conjuntas: en ocasiones el joven ha servido de apoyo en situaciones agudas de salud; ha sido frecuente, además, el diálogo sobre toda clase de temas en lugares donde la soledad había asumido la forma de un silencio habitual.

Agrega el informe con evidente satisfacción que los mayores “pueden sentir de cerca un individuo en proceso de desarrollo personal e intelectual, quien también les aporta conocimientos y a la vez aprende lecciones para sí mismo. Se han dado casos de personas mayores que han encontrado en la convivencia intergeneracional la posibilidad de elaborar duelos por la pérdida de seres queridos.”

Y agrega: “varios alojantes hablaron con satisfacción y orgullo de sus alojados, hoy ya profesionales y en otro estatus de vida. A su vez los alojados reconocen que las personas mayores les brindaron calor de hogar durante su época de estudiantes.”

Al remover prejuicios y ofrecer una mirada nueva, el programa contribuye a la renovación de las relaciones del viejo, pero además lo integra, rompe su aislamiento y activa los valores y potencialidades del viejo.

Según el consejo de Séneca “cualquiera que ha dicho he vivido, madruga. cada día para una ganancia nueva.” (Séneca 454) El tiempo del viejo en vez de congelarse, se activa por una experiencia intensa del presente. Pensando en su vejez, Bobbio se sinceraba: “el tiempo del viejo es el pasado. Mientras que el mundo del futuro está abierto a la imaginación y ya no te pertenece, el mundo del pasado es aquel donde retornas a ti mismo.” (Bobbio 73) Es un pensamiento que ha pesado en todos aquellos para quienes todo tiempo pasado fue mejor y refugiados en ese nido de autocomplacencia se anclan e inmovilizan en lo que fue y así rompen o limitan su relación con las generaciones que viven impulsadas hacia el futuro. Siento más real el sentir de Juliana González. Se trata, dice, “de vivir plenamente en el presente, abrirse a la eternidad del presente, despertar a la vida y a lo vivo; vivir el aquí y el ahora, como si fuera la última vez, como si fuera la primera.” (González 117)

4.- Esta es una historia que transcurrirá en la cocina, y la razón de este escenario la deben estar imaginando solo con preguntarse sobre la relación entre cocina y vejez. Sé que en mi familia fue objeto de laboriosas averiguaciones la fórmula del postre de la abuela, una torta de múltiples sabores que la abuela servía en todas las navidades. Esa labor de arqueología culinaria fue la que emprendieron en la Escuela de Nutrición de la Universidad de Costa Rica, dentro del proyecto denominado Rescate de la cocina criolla costarricense con la participación de personas mayores de 15 comunidades, iniciado en 2003 y que involucró a 450 viejos y a 50 estudiantes de nueve disciplinas diferentes.

El eje temático fueron las comidas, las técnicas tradicionales para su preparación y las historias familiares y comunitarias. El papel del viejo en el proyecto fue el de memoria viva de unas prácticas que en todas las sociedades reflejan la identidad colectiva fraguada con los materiales que aporta la historia común.

Las comidas, en efecto, son mucho más que una actividad de subsistencia, como podría ser la hamburguesa engullida de afán al medio día por oficinistas y trabajadores de clase media o alta; la comida es una actividad social, con una simbología rica en rituales, identidad cultural y celebración, dice el informe.

En el trabajo de rescate de la cocina criolla, el viejo cumple un papel central porque es un hecho que enmarca su vida cotidiana y refleja la forma en que él percibe su propia cotidianidad.

Por eso en las actividades del proyecto, el viejo mantiene una intensa actividad con jóvenes, en los talleres de reminiscencia y cocina, en los paseos y giras para la identificación de los alimentos producidos en la zona, las técnicas culinarias heredadas y las formas tradicionales de celebración mantenidas alrededor de las comidas.

En el curso de esas actividades se registran las recetas que se han dejado de preparar y se reproducen, haciendo una adaptación de las comidas tradicionales recordadas por los viejos a las cocinas modernas.

El proyecto fomentó el intercambio intergeneracional, así como las relaciones entre grupos de viejos de diferentes comunidades, pero sobre todo permitió descubrir en el viejo al testigo del pasado y depositario de la memoria de la sociedad. En uno de los textos citados en el informe se dice: “durante el proceso pudimos descubrir (que los viejos) son como un libro abierto, lleno de conocimientos, sueños y sorpresas. Nos enseñaron cosas tan valiosas que no se pueden aprender en años de estudios universitarios.”

En efecto, el viejo es más que un libro abierto de recetas de cocina, él es un testigo del pasado a la vez que notario de la permanencia de los que desaparecieron en el tiempo sin límites de lo inmortal.

En una comida perviven las prácticas con que en el pasado se afrontaron el gozo o la tristeza, las victorias y las derrotas, el amor y la muerte, las abundancias y las escaseces.

Aquellas amas de casa que durante las guerras se las ingeniaron para mantener vivos a los suyos, las que en medio de los racionamientos impuestos por alguna crisis económica familiar o social, o por una sequía, una inundación o una peste, o una plaga, fenómenos que repercutían en la cocina y ponían a prueba la resolución, el coraje y la imaginación de las amas de casa.

Una filósofa de nuestro tiempo, mujer y vieja, Hannah Arendt, escribía que la potencial grandeza de los mortales radica en su habilidad de producir cosas que merezcan y sean imperecederas.” Y agregaba: “por su capacidad para realizar actos inmortales, por su habilidad en dejar huellas imborrables, los hombres, a pesar de su mortalidad, alcanzan su propia inmortalidad.”

Podría entenderse que solo viven ese tiempo sin límite las grandes acciones de tono brillante y heroico. Que no es lo que encontramos escrito en nuestra memoria cuando evocamos a los viejos que ya murieron y que sin embargo están ahí con una presencia imborrable. Allí aparecen, la madre o la abuela inclinadas sobre una máquina de coser, concentradas en los arabescos de un bordado, o en la tarea diaria de lavar, aplanchar o remendar la ropa, o de preparar los alimentos; allí están los padres o los abuelos, aserrando maderas, o cepillándolas entre nubes de fragante viruta, o sudorosos y tensos cultivando la tierra. Son presencias vivas que se quedaron grabadas con sus trabajos diarios porque en ellos había mucho más de la utilidad inmediata de coser, bordar, cocinar, aserrar, martillar o sembrar. Acciones nobles pero fáciles de olvidar si no hubieran tenido el carácter que las hace indelebles. Sin acciones brillantes o heroicas, con el quehacer gris de todos los días, labraron una huella imborrable en la memoria y dejaron allí su rastro indeleble y luminoso. Fue su manera de hacerse inmortales.
Hay, pues, una inmortalidad que se labra en una receta de cocina. Está allí y la tienen a su alcance los promotores de este proyecto en Costa Rica.

5.- Equipos de 10 jóvenes entre 15 y 35 años, comandados por viejos jubilados, trabajan en barrios de Santiago en la reparación de las viviendas de personas mayores que viven solas o en parejas que suelen aislarse del resto de la población.

Le han dado a este proyecto el nombre de Corporación construye. Antes, desde 1998 cuando comenzaron, se llamaba Programa de Mejoramiento de vivienda para Adultos Mayores.

Parten de la idea de contribuir a la independencia del viejo al mejorar la calidad de su vivienda; así confían en alejar la posibilidad de que el viejo tenga que recluirse en ancianatos en donde su salud se debilita y sus motivaciones para vivir desaparecen como consecuencia de su pérdida de independencia. En sus observaciones previas, la Corporación Construye encontró que la depresión del viejo se correlaciona con limitaciones tales como la dificultad para preparar alimentos, comprar, salir y bañarse, y cuando echa de menos el control sobre su propia vida.

Las autoridades de la Corporación que inicialmente se limitaban a los trabajos de reparación de vivienda y a mantener el contacto de los jóvenes de las cuadrillas con los ancianos, agregaron nuevos objetivos bajo la idea de que una ayuda integral al anciano debía comprender acciones para estimular la integración del anciano a las redes sociales de su entorno. Unidos a la Corporación, los miembros de la Fundación Renovar propiciaron la participación de los viejos en trabajos remunerados de modo que los grupos que trabajan en la reparación y habitabilidad de las viviendas se apoyen en la experiencia del trabajador jubilado.

Al examinar los resultados de la Corporación después de 10 años de trabajo, fue evidente que se había elevado la calidad de las viviendas intervenidas y que había mejorado la calidad de vida de los viejos; pero, además, sus relaciones con los jóvenes de las cuadrillas de mejor calidad. A lo largo de los meses de duración de los trabajos, jóvenes y viejos habían compartido una vez al día al menos y se habían dado la oportunidad de conocerse y de revisar y superar los estereotipos de los unos y de los otros.

Los jóvenes habían aprovechado la experiencia laboral y profesional de los viejos. Los viejos, relacionados entre sí velaban por su seguridad y se habían integrado a redes sociales; a su vez, los jóvenes habían aprendido a trabajar y a reconocer la experiencia de los viejos.

No puedo dejar pasar, sin subrayarlo este hecho singular que pone en evidencia esta iniciativa chilena y es que la imagen que las otras generaciones deberían encontrar en la vejez, está hecha de actitudes más que de habilidades. Del viejo no se espera que sea diestro, pero sí que sea sabio. Así mismo en el perfil propio del viejo predominan las actitudes sobre las habilidades, lo cual está significando que dentro de un proceso de comunicar, su mensaje como emisor está dominado más por el ser que por el hacer. El mismo acumulado de sus experiencias en el orden del hacer, adquiere validez cuando enriquece y es enriquecido por lo que él es. Los saltos de la tecnología dejan atrás el cómo hacer las cosas, pero nada aportan en cuanto a los motivos y los objetivos para hacerlas, que es donde la experiencia de los años da su contribución a las otras generaciones.

Esa comunicación del ser, más que del hacer, en el diálogo entre generaciones desborda los esquemas usuales de los procesos comunicativos. Según las teorías clásicas un emisor transmite contenidos a través de un medio que los hace llegar a un receptor. Son instancias y protagonistas distintos el emisor, el mensaje y el medio, tal como se ve en la operación de cualquier medio de comunicación para transmitir mensajes comerciales, informativos, políticos o gubernamentales. Puesto que la comunicación intergeneracional desde el viejo desborda el orden del hacer y está centrada en el ser, la potencialidad de los medios de comunicación resulta escasa e ineficaz. Solo el viejo ha de representar la esperanza para generaciones abrumadas por hechos de desesperanza; si ha de motivas para la inmortalidad a una sociedad que se ha esmerado para sobrevivir en escenarios de muerte y de transitoriedad; si ha de irradiar sabiduría entre generaciones obsesionadas por hacer cosas y alcanzar metas al precio que sea, los recursos comunicativos en uso son ineficaces. Ni el discurso elaborado, ni la magia comunicativa del cine, la televisión o internet, ni las campañas publicitarias, ni las sutilezas del marketing o de los expertos en opinión pública, tienen fuerza suficiente para cambiar e inducir actitudes. Porque la gran contribución del viejo a las otras generaciones es la de revelarles las actitudes que a él le han enseñado los años.

Como ustedes ven, el libro que cometamos es como la vida: enseña a través de los hechos, pone en evidencia verdades a través de hechos; muestra las posibilidades de la vejez que ocultan los prejuicios, los lugares comunes y la incapacidad para ver que detrás de la piel apergaminada, los pies cansados y la torpeza de movimientos, arde impetuosa, juvenil y renovadora la llama del espíritu cuya medida no es el tiempo sino la eternidad.

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