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Las lecciones de don Ramón

Miércoles, 12 de Diciembre de 2012
Aprendizajes y Experiencias

Silvio Aristizábal Giraldo

Don Ramón Rodríguez Bisbicuz tenía 70 años cuando lo conocí, en 1981. Había llegado a la Amazonia colombiana después de un proceso de migración – hoy llamado desplazamiento – que comenzó en su tierra natal en las selvas del Pacífico colombiano (departamento de Nariño), continuó en el Ecuador y terminó de nuevo en Colombia, en el departamento del Putumayo. Pertenecía al grupo étnico awa, más conocido como kwaiker, hablaba su lengua materna, el awapit, y un español castizo que llamaba la atención de quienes lo escuchaban. Los awa-kwaiker son en la actualidad uno de los grupos indígenas que más sufre la violencia, la discriminación y la exclusión.

Relataba don Ramón que solo había permanecido dos años en la escuela, lo suficiente para aprender a leer y escribir, pero en su familia había recibido una educación diferente a la de los demás niños de su grupo étnico. Su padre conservaba una tradición según la cual, si en la familia nacía un único hijo varón, se le debía educar para que sirviera de guía a la comunidad: El padre y la madre empezaban a enseñarle: usted tiene el privilegio de que va a vivir en compañía de mucha gente y, por tanto, debe sentirse con ellos como si fueran sus hermanos y debe tener conciencia de que les va a servir a ellos como guía.

Don Ramón creció con esa convicción y después de recuperarse de la mordedura de una serpiente, tuvo la certeza de que se le encomendaba una misión, aunque sin saber exactamente cual era. Posteriormente identificó que su misión era la alfabetización y se dedicó a esta tarea con los campesinos de su vereda. Alfabetización entendida como aprendizaje de lectura y escritura, pero, sobre todo, como convivencia del hombre con sus semejantes, con la naturaleza y con todos los demás seres. Cuando lo conocí tuve la fortuna de que don Ramón me compartiera su mensaje de sabiduría, del cual transcribo los siguientes apartes:

El hombre como parte de la naturaleza: Esa es una cosa que nosotros aprendemos desde niños. Una idea importante que hay que centrarle al hombre: que él es parte de la naturaleza, que después de crear Dios a la naturaleza fue el hombre. Por eso el hombre posee todo lo que la naturaleza tiene en sí misma como una esencia y por eso es parte de ella. Por eso cuando el hombre muere regresa allí, al fondo. Y cuando sale, sale de allí. Por eso nosotros primeramente cuidamos a la naturaleza, para cuidarnos a nosotros mismos. Esta es la parte que uno aprende con más fuerza.

El Sol: Sabemos que el sol genera bondad. El pasa, él no está viendo qué clase de cosa seca; no, él pasa secando todo lo que encuentra; puede estar un cadáver de quien sea, él no tiene nada qué ver. Entonces [uno] lo mira, quiere tener todo el día ese carácter del sol, así venga como venga, quien quiera que sea, usted le presta atención […] porque el que viene necesita algo de usted y usted necesita algo de él.
El Río: [Uno] Se baña y luego se sienta a meditar que su vida es como el río: nace el río entre dos cerros; de ahí baja una lágrima y va formando un pequeño arroyo. Después va creciendo. Y luego ese río ya forma saltos […] Entonces a uno le enseñan que así es el hombre: sale como una lágrima de esos dos seres que se unieron y luego va creciendo […] va descendiendo hasta tanto que llega a una parte remansa […] Y así pienso en la vida que va: por ejemplo, la parte del río que es un salto […] es cuando uno está joven y fuerte. Pero eso va pasando hasta tanto que llega al remanso, que es donde los niños se meten hasta la cintura y la corriente es apenas perceptible. Ya el ser humano no es combativo; ha vuelto a ser como esa gota para sumergirse en el océano por siempre. Así es la vida, le enseñan a uno, ahí va corriendo la vida. Por eso, al sentarse uno junto al río recuerda: allá, era niño… aquí, todavía va fuerte la corriente, todavía soy fuerte… más abajo, ya está remanso. Luego se entró al océano y no regresó. Ya no regresó el río más…

Los árboles: En la naturaleza hay una fuerza, por eso entierran al hombre para que el suelo vuelva a germinar y vuelva a salir de allí. De manera que cuando al árbol se le plantó allí, germinó la semilla, recibió de allí la savia y fue planta; luego seguirá recibiendo savia hasta que vuelva a ser flor y vuelva a ser semilla. Así mismo va la naturaleza del hombre, así le enseñaron a uno desde niño, el papá, la mamá: como crecen los árboles, así mismo va creciendo usted, por eso cuide los árboles, cuide el suelo, porque son parte de su vida y parte de la vida de los demás.

Respetar los animales: No despreciar los animales, como por ejemplo, los sapitos. Los sapitos a pesar de que nadie los estima comen mucha larva durante la noche. Son los mejores amigos. Y nosotros somos para ellos los peores enemigos.

Cuidar las aves: Otra cosa que me alegra es que ya no veo en esta casa una jaulita con unos pajaritos. Al verlos casi me dolía el corazón y decía: la belleza ha obligado a tenerlos prisioneros. Quizá me entendieran que sufro como ustedes. Pero yo estoy andando y ustedes están presos, sin poder andar, porque son hermosos, ustedes están presos, ¡qué triste! Cómo nosotros apresamos la hermosura! […] Entramos en una casa y tenían unos pajaritos hermosos. No los conocía. Me llevé largo rato contemplándolos: ¿Por qué el hombre apresa a un ser inocente y priva de su libertad a un ser que no le hace daño, solo porque es hermoso? Eso me hacía sentir un poco triste. ¿Por qué tenemos esa conciencia con nuestros hermanos, de aprisionarlos? Y ¿Por qué, cuando nosotros caemos en transgresión buscamos abogado? Y para ellos no hay abogado.

El mismo afecto con todos los seres: Cuando uno es el único hijo varón, los padres le enseñan que debe tener el mismo afecto con todos los seres vivientes […] porque todos pertenecen a la naturaleza viviente. Desde los árboles hasta los animales tienen vida y todo el que tiene vida siente y necesita cuidado especial. (Aristizábal Giraldo Silvio. 1992. Conversando con don Ramón. Bogotá: Cecoin).

Don Ramón falleció a los 98 años. Sus lecciones de sabiduría bien pueden ser objeto de reflexión en tiempos navideños, época de compartir sentimientos y afectos.

Fundación CEPSIGER para el Desarrollo Humano
5 de diciembre de 2012

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