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El Salvador. Los mayores bajo el rechazo e indiferencia social

Miércoles, 12 de Octubre de 2005
Recortes de prensa

Marginación, La falta de empleo acorde a sus habilidades, la carencia de lugares de recreación y de superación deprime al sector. Su crecimiento rápido urge de una política de atención integral


Susana Joma
El Diario de Hoy
6 de agosto 2005
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Alcanzar los 40 años en este país significa, para muchos, entrar en un camino de falta de oportunidades laborales, pero sobrepasar los 60 es como haber sido enterrado vivo socialmente. Aunque a más de un joven le suena exagerado es una realidad, que según un estudio realizado desde la Escuela Mónica Herrera, impacta a este sector y pone interrogantes sobre el futuro.

“La gente identifica la vejez como una etapa de enfermedad permanente (...) y lo peor es que los propios adultos mayores de tanto oir que ser viejo es ser enfermo comienzan a sentirse así y no como personas que todavía pueden hacer cosas”, advierte Carlos Cañas Dinarte, coordinador de Investigación y Proyección Social del centro de estudios superior.

El equipo de estudiantes y docentes que participó en la investigación, liderado por María Fernanda Vélez, realizó más de dos mil entrevistas entre adolescentes, jóvenes adultos, mayores y empresarios del Gran San Salvador, Santa Ana, San Miguel y San Vicente, con el fin de identificar la visión que la sociedad tiene, conocer las necesidades de este grupo y definir posibles alternativas.

Esto los llevó a identificar puntos comunes entre los mayores de 60 años, como el hecho de que les encanta trabajar, madrugar, quieren tener facilidades para transportarse, sentirse queridos en familia. En ese grupo está Román Cardoza, un hombre de 68 que todos los días viaja desde el Bario San Jacinto hasta el Comedor Mamá Margarita, en el Barrio San Miguelito.

El tiempo libre para este sector es empleado en la lectura, ver televisión, compartir con familiares, entre otras actividades. Pero muestran diferencias marcadas dependiendo de si viven en la calle, en asilos, entre familia o independientes.

Presión

Los independientes ven a la familia como un elemento represivo. Tienen más interacción con gente de su edad y dado que muchos son pensionados disponen de más recursos para ir más allá de la canasta básica y disfrutar de otras cosas que no tiene la mayor parte, como el cine.

Quienes viven con su familia si bien están muy apegados, carecen de independencia financiera, están limitados en sus libertades, ven a la familia como una víctima y al considerarse una carga desarrollan ansiedad por la muerte.

Los que llevan la peor parte son los asilados y los indigentes. El primer caso porque sus contactos con familiares son esporádicos y se limitan a la visita de alguna institución.

Los segundos porque más allá de la baja autoestima sus insatisfacciones los tienen llenos de desinterés y resentimiento total respecto a todo lo que les rodea.

Su pesimismo y su baja autoestima no es para menos. De acuerdo a los resultados del estudio, el pensamiento de los más jóvenes marca el rechazo bajo la excusa que los mayores regañan, porque nunca están conformes, están pensando las cosas a corto plazo y ellos a largo plazo o porque se enferman mucho.

“A la tercera edad ya la consideran incapaz. Pero yo puedo ir a barrer, hacer otros oficios en las casas y hasta mandados”, afirma don Román quien emigró hace años desde Chalatenango.

Pese a la adversidad, estos adultos tienen aspiraciones concretas que las familias y la sociedad no apoyan como la necesidad de seguir cursos de Inglés, computación, hacer turismo interno, tener espacios donde caminar, divertirse, acceder a ofertas del mercado porque, créase o no, también muestran patrones de consumo que no son tomados en cuenta por los empresarios.


Proponen crear espacios y aprovechar la experiencia

Que la vejez está a la vuelta de la esquina es certero pero casi nada se hace para que llegada esa etapa se tenga calidad de vida, incluso aunque como indica el también historiador Carlos Dinarte, las proyecciones de población marquen que dentro de 20 años, el país tendrá más de un millón de mayores de 60 años.

Se trata de un fenómeno que ya en 1998 la Organización Mundial de la Salud identificaba en América Latina, como resultado de la reducción de nacimientos y el aumento de la esperanza de vida.

Sólo pensionados

“Sé nos estaba diciendo que el Instituto Nacional de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP) ya está considerando que, para esa fecha, no tendrá cotizantes, únicamente pensionados“, detalló al hacer alusión al estudio “Viejos...¡los cerros! que el equipo de la Escuela Mónica Herrera desarrolló a mediados de 2004 y dado a conocer la semana pasada.

“A los mayores hay que quererlos, aceptarlos e incorporarlos a la sociedad porque son un sector productivo, inteligente, cuyas experiencias pueden ser devueltas a la sociedad a través de otro tipo de trabajo”, subraya Dinarte, sobre un trabajo que cuestiona el poco interés del Gobierno, los legisladores y la empresa privada respecto a ir más allá de festejarlos al año.

Aunque en la actualidad hay una ley joven y algunas entidades manejan programas para este sector, éstos son restringidos por lo que se requiere una política integral de atención que se lleve a la práctica.

El estudio propone que los empresarios creen escenarios productivos, programas de aprendizaje. Igual se recomienda que los transportista tengan mayor cuidado y que las empresas, las entidades de Fondos de Pensiones promuevan clubes recreativos y asistencia sicológica.

Sería propicio abrir espacios en las bibliotecas. Mientras las universidades podrían organizar programas de compañía, donde estudiantes colaboren una o dos horas semanales en el cuido de internos en asilos, o en sus colonias, con el fin de ayudarles o conversar con ellos para llenar sus necesidades de afectivas

“A los quince años aprendí un oficio”

A sus 62 años, Otto Velis Guerra, orgulloso habla de las viejas edificaciones de San Salvador en cuya construcción participó, pasando por la construcción de Simán centro, las instalaciones de la UCA, el edificio de la Constancia, entre otros.

Por hoy sus recuerdos de faenas pasadas y la esperanza de que le salga “una galladita” es lo único que lo acompaña mientras afanosamente “devora” un sadwich de pollo en el Comedor Mamá Margarita, un centro salesiano que diario provee alimento a unas 150 personas mayores, de escasos recursos.

“A los quince años aprendí un oficio y es que el tema de la construcción es bien extenso”, asegura Otto quien prefiere vivir lejos de su familia.

“Tengo hijos, pero no me quedo con ellos porque no tengo para aportar en la casa”, subraya.

Como otros de su edad tampoco tiene acceso a una pensión.

“Tenía el carné del Seguro Social. Lo saqué en 1964, pero hace años los documentos se me perdieron y no pude reponerlos”, dice.

En sus años mozos estudió y culminó el Plan Básico. “La enseñanza era buena, con el Álgebra. Me gusta leer, a veces compro libros usados”, comenta.